Cada compañía tenía en Somontín un representante, delegado o persona de confianza, que se encargaba de contratar con los mineros la compra de jaboncillo, el día de la entrega y de realizar las labores de pesaje, recuento o anotación de la cantidad entregada por cada pozo o mina, y más tarde era el encargado de realizar los pagos a los mineros y acarreadores.
En los últimos años de explotación del jaboncillo, en Somontín tenemos como delegados: por la “Compañía de Pepe Oliver” a Luis Galera, por la de “Los Leoneses” a Gregorio Bautista Sola, la de “Diego Ruiz” la representaba Juan “Faustina” Acosta Brocal, la “Echeverrías & Acosta” a otro Luis Galera Rueda “el Papalis”, que no tiene nada que ver con el otro citado anteriormente, la del «Chinito» Serafín Oliver Ramos «el Cañete» y la de «Ángel Salas» la representó el «tío Fernando Mollina» (Fernando Mesas Cazorla).
Éstos y otros que ejercieron esta función, en primer lugar se encargaban de contactar con los mineros para realizar la compra del jaboncillo y de acordar el precio, cuando tenían contratada la cantidad solicitada por la Compañía, se fijaba el día de la entrega, que normalmente coincidía con el de varios pozos y minas, para así hacer también rentable el acarreo.
El día de entrega, el representante se desplazaba a la sierra y se presentaba en el pozo o mina contratada, allí se encontraba con el representante del ayuntamiento y con los propietarios que entregaban y por orden de llegada, una inmensa y larga fila de animales y de arrieros que esperaban su turno para cargar el jaboncillo al animal.
El pesaje se realizaba con una romana, primero se llenaba un esportón de jaboncillo, hasta alcanzar los 50 kgs., se le enganchaban los ganchos (un doble gancho unido a una anilla central, todo de acero), que se colgaba en la romana, ésta a su vez estaba sujeta a una cabria, que se apoyaba sobre tres palos o puntos de apoyo, anclados en el suelo, si faltaba un poco de talco se le añadía al esportón y si sobraba se le quitaba, hasta dar el peso que tocaba.
Cuando se tenía el quintal (50 kgs.) pesado, se vaciaba en un saco y se colocaba sobre uno de los lomos del animal, que esperaba se le colocase otro quintal al otro lado, la carga completa era de 2 quintales (100 kgs.), se amarraba la carga y listo para comenzar el camino. Así, paulatinamente se iban cargando animales, hasta que se acababa en jaboncillo en el pozo o mina, cuando esto sucedía, todo el aparejo de pesaje y el pesador, se desplazaba al siguiente pozo o mina de entrega, que solía estar cerca, se procuraba que esto fuera así, para hacer más rápida y amena la labor.
Cada encargado del pesaje se cercioraba de que el peso fuera el correcto, además apuntaba en una libreta las cargas entregadas en cada puesto, cosa que era comprobada a su vez por un responsable del pozo o mina, y el representante del ayuntamiento, que controlaba la producción de cada pozo o mina, para posteriormente, tasar los impuestos municipales que habían de abonar los propietarios de las minas y pozos, con los que prácticamente se cubrían el total de los ingresos municipales, y así estar de acuerdo las tres partes interesadas, esta era una labor muy importante, ya que a la hora del pago también había que estar de acuerdo y por otro lado, en la fábrica o molino de la compañía contratante, había otro responsable que se encargaba de anotar las cargas que llegaban y se depositaban en cada entrega, era un control muy exhaustivo y casi nunca hubo diferencias.
Posteriormente, casi siempre pasado un mes o dos, llegaba el día de pago del jaboncillo a los mineros y a los acarreadores, que se realizaba en la casa de la persona responsable de la compañía en Somontín, era el día grande, el día de poder pagar las deudas, del ahorro o de poder realizar nuevas compras.
Anotación de Manuel Acosta Acosta
Quiero hacer una breve reseña de la familia Bautista Sola, que fueron los hermanos Gregorio, Diego, Juan, Antonio, Amador e Isabel, hijos de José Bautista y Lucia Sola Navarro. Todos ellos nacieron en Cúllar-Baza (Granada) y se radicaron entre Somontín y Lúcar, casándose con mujeres de ambos municipios (Juan y Antonio en Lúcar), (Isabel y Amador en Somontín) y Diego en Cúllar, donde era su procedencia, residiendo este último en” La Pililla” cortijo o finca rústica enclavada en la Sierra de Cúllar, lindando con la provincia de Almería, término del Chirivel, anejo o pedanía de “El Contador”. Los descendientes de Gregorio, que se casó hasta en terceras nupcias, fueron del primer casamiento, una hija y un hijo, de la segunda hubo un aborto, y del tercer matrimonio, tuvo dos hijos hembras y varón, Diego casado en Cúllar, de este matrimonio hubo un hijo único, Juan, casado en Lúcar en únicas nupcias, tuvo cinco hijos y una hija, Antonio casado también en Lúcar, del fruto de su matrimonio fueron dos hijas, Isabel, que tuvo cuatro alumbramientos, tres hembras y un varón y por último Amador, de su matrimonio con Flor Navío Martínez, nacieron tres hijos dos hembras y un varón.
Debo asimismo destacar, aunque hay referencia de ello y se cita al principio de esta párrafo, que la labor de Gregorio era significativa, no solo en la adquisición del producto, sino en el control del pesaje, de la calidad del producto o mineral extraído, como representante de la Sociedad Española de Talcos, que suponía el sesenta por ciento de la operación, siendo de la Echeverrías & Acosta SRC, el otro cuarenta por ciento, pero el control real para esta distribución había que hacerlo finalmente en la Estación de F/C de Purchena, donde estaban situadas la fábricas de ambas compañías o empresas, que molían el producto para su comercialización.
Por los años 1950-55, se establecieron unos controles a efectos de Seguridad Social en las minas, que José Torres, alguacil del Ayuntamiento, controlaba mediante taladro en la casilla que el Ayuntamiento construyó en el lugar conocido por la “Cruz de los Caminos”, que aunque fueron pocos los años que existió, dio lugar a que algunos ancianos se acogieran en tiempos de su jubilación, para solicitar la prestación de pensión y algunos la obtuvieron acogiéndose a las normas existentes por aquellas fechas, que no exigían periodos estables de cotización para percibirla, solamente con el detalle de su alta o filiación a aquel régimen laboral era suficiente.
Posteriormente de 1955-1960, se estableció la Seguridad Social Agraria, que acogió a los mineros en sus primeras cotizaciones, considerando que las labores que realizaban eran especialmente agrícolas y así fueron incluidos año tras año en los censos correspondientes, que al final les dieron las cotizaciones suficientes para obtener las pensiones en aquel momento existentes.