Los arrieros

Autor: Baldomero Oliver Navarro, “el Rulo”

Desde finales del siglo IXX y primeros años del siglo XX, en Somontín existían familias que se dedicaban casi exclusivamente a la arriería, cosa que por suerte hoy en día se ha perdido, como ha pasado con la explotación de las minas y los pozos de talco, que fue durante muchos años de nuestras vidas, la fuente de recursos que abasteció la pobre economía de la casi totalidad de los somontineros.

En un principio, al transporte de mercancías se dedicaban, casi en exclusiva, los miembros de una familia, la formada por Pedro “el Visperón” y María López Rueda, a esta tarea se fueron agregando, a medida que pasaban los años e iban creciendo, los hijos de éstos, que fueron cinco: Baldomero, Juan, Amador, María del Carmen y Leocadia.

Los tres hijos varones de este matrimonio y los maridos de las hijas, fueron los que continuaron con la arriería familiar, y luego los hijos de éstos, a los que llegado el inicio del siglo XX se les fueron añadiendo otros somontineros que decidieron también, continuada o esporádicamente, tantear la suerte en este negocio, que según como fueran las cosas podía ser bastante rentable, aunque no exento de peligros, riesgos y penalidades, era un trabajo muy duro y sacrificado.

Todos los que se dedicaron a la arriería, tenían en sus corrales un gran número de animales de carga: burros y mulos, dispuestos y preparados para llevar a cabo esta labor y poder formar una buena recua para el transporte de la mercancía de un lado para otro.

Una recua la formaban normalmente: tres burros y una mula, la mula al ser más fuerte, servía para llevar la comida y poder montarse en ella el arriero, para aliviar un poco las piernas y sobre todo a la hora de comer y así continuar la marcha sin tener que pararse, la comida se portaba en unas alforjas que solo las usaban los arrieros.

A este grupo de arrieros, a los iniciadores de este trabajo en Somontín se les conocía por el apodo de los “Primaveras” y eran: Baldomero, Juan y Amador, por aquellos tiempos se les agregó un vecino de Urrácal que se llamaba Juan María Peñaranda y durante muchos años se dedicaron al transporte de aceite desde las tierras de la provincia de Jaén a Somontín, distribuyéndolo después a otros pueblos de la provincia de Almería que tenían necesidad de tan preciado y valorado líquido, fundamental en la vida y en la alimentación de las personas de aquellos años.

Con el paso de los años, se fueron creando nuevas generaciones de las familias de éstos, con lo que también se fueron multiplicando las recuas que transitaban por los caminos de nuestra sierra, para no ir todos juntos y a los mismos lugares, o bien para poder variar en la mercancía que se adquiría y se transportaba, o para asegurarse el poder cargar al llegar al sitio, ya que al ser tantos podían encontrarse que no hubiera mercancía suficiente para todos y alguno tuviera que hacer el recorrido en balde, se comenzaron a dividir en grupos, en cada grupo solían ir tres o cuatro arrieros con su correspondiente recua cada uno, así se formaban filas de entre diez o veinte animales, delante de la recua siempre se colocaba para que los demás animales le siguieran, al burro más noble, el mejor de toda la manada, al que se le llamaba “El Liviano”, y aunque varios grupos de recuas partieran el mismo día, al llegar a un punto determinado se dividían, y unos se dirigían a un lugar y otros a otro, solían salir por la mañana temprano, con la primeras luces del alba.

Casi todos los miembros descendientes de la familia de los “Primaveras” se dedicaron a la arriería, los hijos de Baldomero: Baldomero, Juan y Pedro, los hijos de Amador: Antonio y José, y el marido de Leocadia, llamado Rafael Navío, a los que se les agregaron sus primos: Antonio y Juan, y por otro lado también se les unió por aquellos años otros arrieros más: Juan Diego, José García, Juan Portal, Juan Padilla, José “el Hornero” (mi cuñado), “El Cristino”, Serafín “El Perdío”, “El Tío Canales” y algunos más que de vez en cuando se apuntaban a salir.

En un recorrido o transporte, para ir a Granada, se empleaban tres jornadas caminando, en la primera procuraban llegar hasta Baza para poder dormir en la “Posada de los Caños Dorados”, en la segunda jornada se dormía en los corrales de algún cortijo próximo a Guadix y la tercera en Granada, en la que casi siempre se dormía en la “Posada de las Tablas”, que aun hoy, en el siglo XXI, todavía existe en el centro de Granada. Otras ventas o posadas en las que recalábamos de vez en cuando eran: “Venta Vicente”, que tenía una capacidad de unas 150 bestias, la “Venta el Pastor”, que tendría cobijo para unas 120 bestias.

En las ventas o posadas, normalmente dormíamos los arrieros en los corrales con las bestias, sobre todo en invierno, ya que el calor de la cuadra, nos ayudaba a mitigar el frío, sobre un montón de paja echábamos los aparejos y nos acomodábamos para pasar el tiempo de espera.

Algunos de estos nuevos arrieros, para que su ganancia fuera mayor, comenzaron a llevar a Granada lo que se llamó “recova”, o sea huevos, ya que a los que llevaban huevos le llamaban “recoveros”. Uno de los hermanos “Primavera”: Antonio, vio la posibilidad de quedarse en Granada, vendiendo los huevos que los otros cada semana le traían, así que decidió establecerse allí y probar suerte, la cosa no le fue nada mal, al poco tiempo de residir en Granada, abrió un negocio y además de quedarse con los huevos, se quedaba con toda la mercancía que le traían los otros arrieros, aun hoy, todavía existe una huevería en el Mercado Central de Granada, que se llama “Huevería Oliver”, así como una “Cervecería Oliver”, cuyos orígenes vienen de Somontín.

A partir del año 1936, con la llegada de la Guerra Civil Española, los arrieros pasaron a ser llamados estraperlistas, ya que quedó totalmente prohibido el poder buscarse la vida como más buenamente se podía, al estar Somontín enclavado en esta época en la “zona roja”, si te pillaban estraperlando, te intervenían todo lo que llevabas en nombre del “Comité”, los alcaldes o dirigentes de los pueblos hacían lo mismo, requisaban todo lo que había: en el campo se llevaban las cosechas, de las almazaras: el aceite, y luego lo repartían para el racionamiento, a cada vecino del pueblo con familia, se les hizo una cartilla en la que figuraban los miembros que tenía cada familia y con arreglo a lo que habían requisado o intervenido y al número de miembros de cada familia hacían el reparto, esto acabó por arruinar a más de uno, ya que los vecinos que tenían algo para sobrevivir, fruto de su trabajo, en muchas ocasiones vieron como se les arrebataba, con lo que se dio paso a la picaresca, por un lado, se intentaba ocultar lo que se tenía, para que no te lo requisaran los del “Comité”, que te extendían un vale que decía que el “Comité pagará lo requisado”, apuntando a continuación lo que se llevaban, pero como los rojos perdieron la guerra, aun hoy es hora de cobrar, y por otro lado la gente se desmotivó a sembrar y a producir nada, o a transportar, ya que era injusto ver, como el fruto de tu trabajo, te era arrebatado por una causa de justicia, que considerábamos totalmente injusta.

Después, tras la ruina de la Guerra Civil, aun fue peor y más dificultoso dedicarse a la arriería, perseguidos por un lado por los emboscados o bandoleros, por otro los “maquis” y por si faltaba alguien más: la Guardia Civil, así que poco a poco fue desapareciendo este duro trabajo hasta llegar a su total extinción, poco antes del final de la década de los años cuarenta.

En una ocasión me dirigí al Chiribel con una carga de uva, ya había acabado la guerra y el médico del pueblo que tenía 7 hijos y vivía en la Posada del “tío Maximiliano”, siempre se quedaba con una gran cantidad de uva o de lo que le llevase, nunca había visto nada raro, pero en esta ocasión Antonio Marín, hermano de la mujer de Ramón “Jabones”, un falangista de Purchena con mucho poder, y con su fusil ametrallador en mano, me insinuó de muy buenas maneras, que este tipo de mercadeo se tenía que acabar.

Anotación de Manuel Acosta Acosta

Haciendo referencia a la arriería hacia Granada y otros lugares en el primer cuarto del siglo XX, voy a referirme a una trova o verso, que como contestación se hicieron una pareja en principio enamorados, que se instalaron en el pueblo y que al final sus relaciones empeoraron hasta llegar a separarse y al hacerlo se dijeron:

El varón

Aquí terminó el querer
de dos que se han adorado.
No se volverán ver,
porque son trances pesados,
¡Anda con Dios, Isabel!


La mujer

Desde que te vi venir,
me estoy tirando del moño.
Antes de engañarme a mí,
vete y engaña al demonio.

Estas trovas se hacían de forma natural e inmediata, con una capacidad de respuesta que demostraba la inteligencia del personaje, muchas veces estas personas no sabían ni leer ni escribir.