Los galgos del tío Pellica

Autor: Antonio Ramón García Oliver (Moreno) - Romance inspirado en el personaje de su tatarabuelo - Octubre 2024

Me ingenié buena parte de una historia que sucedió hace ya mucho tiempo y, ha quedado en los anales del tiempo y como dicho o refrán, en mi pueblo: «Pasa más hambre que los galgos del tío Pellica«.

En principio, solo contaba con muy pocos datos, tan solo que a mí abuela paterna Vicenta Vicente Oliver le llamaban de apodo Vicenta la Pellica. Gracias a la colaboración para aportar datos, tras una minuciosa investigación de D. Antonio Azor Oliver como historiador, que llegó a certificarme con documentación que Juan Oliver Martínez el «tío Pellica» fue el abuelo de mi abuela o sea, mi tatarabuelo.

Lo argumenté con versos de letra sencilla y fácil de entender, como yo denominó: » El lenguaje de mi pueblo y su gente.»

Tened en cuenta que esto ocurría a mediados del siglo XIX, donde no se tenía ninguna consideración por los animales y se les trataba con crueldad, a veces, incluso por diversión. Afortunadamente eso ha cambiado mucho y ahora reciben el trato que merecen y forman parte de nuestras familias.

Esperando que sea de buen agrado, un cordial saludo.

Antonio Ramón García Oliver

Voy a contarles la historia
del tío Pellica, señores
D. Juan Oliver Martínez
y persona con valores.

Este señor era esposo
de María Oliver Castellón
fueron mis tatarabuelos
La historia lo confirmó.

Un hombre que trabajaba
de mozo y de empleo fijo
cultivándole las tierras
al dueño de un gran cortijo.

De esta historia ya han pasado
doscientos años o más
pero los hechos de este hombre
con gracia se recordarán.

Iba y venía cada día
en su burrillo montado
desde el cortijo a su casa
señal, que venía cansado.

El amo de aquella finca
de muy buena posición
tenía el hombre un par de galgos
se ve, que era cazador.

Un día muy preocupado
Pellica le preguntó:
– Dígame lo que le pasa
lo noto raro señor…!

– Querido Juan, estoy triste
los galgos no comen nada
ayer le echamos dos pavos
y comida variada…!

Allí, lo dejaron todo
llevan tres días sin comer
y ya me estoy preocupando
ya no se que voy a hacer..!

Noto que tienen angustia
no paran de vomitar
quizá es que están muy gordos
ya les cuesta hasta ladrar.. !

Será que están aburridos
no los saco ni a cazar
me están comiendo los nervios
igual es una enfermedad…!

Aquellos galgos pesaban
cuarenta o cincuenta kilos
no podían ni estremecerse
parecían dos cocodrilos…!

– Busquemos remedio Juan…!
que les podemos hacer ?
tal vez cambiando de aguas
o no echarles de comer..!

Respondíole mi pariente:
– Mire, si usted lo ve bien
yo me los llevo a mí pueblo
y allí los tengo este mes.

Me los llevo a Somontín
yo tengo donde dejarlos
y no se preocupe usted
el mes que viene los traigo
dispuestos para correr..!

– Pues eso vamos a hacer
está tarde te los llevas
y los tienes todo el mes
a ver si cuando los traigas
comen con más interés…!

Pellica amarró a los perros
de reata con la burra
desde el cortijo a su casa
antes de que el día transcurra.

Llegó temprano a su pueblo
de esparto trenzó un ramal
para amarrar a los galgos
en la cueva del corral

Allí los dejó sujetos
sin nada para comer
una pileta de agua
para si le daba sed.

A otro día volvió al cortijo
a su trabajo otra vez
– Juan, como están los perros ?
– En casa, hartos de comer…!

El dueño se consolaba
con lo que decía Pellica
los galgos tenían más hambre
que un ratón en la botica.

Aquellos cincuenta kilos
empezaron a menguar
ya, daba asco de verlos…!
ya no podían ni ladrar..!

El dueño le preguntaba
todos los días sin parar
– Juan: como están mis perros?
dime: cuando los traerás?

– Dentro de un par de semanas
los dos galgos volverán,
todas las noches los saco
a la calle a pasear.

Han dejado algunos kilos
usted lo comprobará
están más ágiles y fuertes
y con ganas de cazar.

Los Galgos se estaban quedando
como el gallo de Morón
encerrados en una cueva
con más hambre que Tostón.

– Juan, ya ha pasado un mes
mañana me traes mis perros
que estoy loco de contento
con poder volver a verlos.

– No se preocupe usted,
mañana estarán aquí
por la mañana temprano
yo me los traigo al venir.

Iban los perros montados
en lo alto de aquel burro
no podían andar un paso
pensando en el otro mundo.

Un mes en la cueva a oscuras
y sin nada que comer
casi cuelgan la cuchara
sin un hueso que roer.

Los galgos daban aullidos
con las patas temblorosas
la verdad que daba pena
situación tan dolorosa.

Se ve, que este, mi pariente
era más burro que arado
dejando a los pobres perros
sin comer y abandonados.

Aullando dentro de una cueva
como mi romance explica
menudas penas pasaron
Los Galgos del tío Pellica…!

Como dije, este señor
Era de armas tomar
castigó a los pobres perros
en la cueva del corral

No les dio ni un sacramento
y no paraban de aullar
dos sogas de esparto verde,
palos y alguna patá.

– Estos galgos que no comen…!
tienen comida de más…!
creo que son muy señoritos
pero se van a enterar…!

Ahora, cuando los vea el dueño
igual me regañará
están más secos que el humo
casi a punto de espichar.

Creo que los metí en vereda,
cuando lo vean temblaran,
se acordarán de la cueva
donde lo pasaron mal.

Llegaron pues al cortijo
el dueño quedó perplejo
al ver a sus pobres galgos
que estaban en el pellejo.

– Juan, dime ¿qué le has hecho ?
¿como que están tan delgados..?
– Échele un casco de cebolla
¡al vuelo será devorado…!

– Pero ¡madre mía, Juaaan …!
¡si los dejo allí se mueren…!
– Écheles media cebolla
y ¡verás lo que lo quieren…!

Hubo idas y venidas
y un poco de discusión
porque el dueño se dio cuenta
de aquella aberrante acción.

– Ay, Madre mía Juan….!
dime: que le hiciste a los galgos?
-Tan solo los tuve a dieta
ahora ya, comerán algo.

– ¡Pero se van a morir…!
¡si da hasta angustia de verlos…!
– No se preocupe señor,
no volveré a someterlos.

Los perros miraban firmes
de reojo a mí pariente
haciéndole algún gruñido
y enseñándole los dientes.

El dueño vino a razones
creyó que era mejor
que estuvieran más delgados
pero vaya irritación.

Le dio la mano a Pellica
como dándole las gracias
– Si los perros salen de esta
los llevaremos de caza…!

Y aquí termino la historia
de Juan Pellica y los galgos
que les sirvió de escarmiento
lo de ser tan delicados.

Ya quedó como refrán
está historia, allí en mi pueblo
los galgos del tío Pellica
quedarán en el recuerdo.