Si nuestra sierra nos ha proporcionado de forma gratuita una abundante riqueza en jaboncillo, no menos abundante y generosa ha sido su aportación al desarrollo de nuestra vida y existencia con otro producto natural, que ha crecido a lo largo de los siglos en nuestros montes: el ESPARTO.
El esparto es una planta propia de los terrenos esteparios, pertenece al género de las gramíneas y se compone de finas, largas y duras hojas filiformes.
Con el esparto hemos confeccionado los enseres necesarios para poder trabajar y sacar el mejor rendimiento a nuestro trabajo, el esparto ha sido un material económico, ya que no nos ha costado nada, ha nacido en nuestra sierra de forma libre y salvaje, sólo hemos tenido que ir a buscarlo, recogerlo, tratarlo, curarlo, domarle y confeccionar con él nuestros elementos de trabajo como son: cuerdas o sogas, pleitas, serones, cofines, espuertas, barcinas, aguaderas, capachos, albardas, aparejos, cinchas, cestos, paneros, esteras, queseras y sobre todo ha tenido una gran utilidad para la confección de esparteñas con las que poder cubrir nuestros pies, en definitiva ha sido un elemento imprescindible para nuestra forma de vida.
En Somontín hubo épocas que la demanda del esparto fue una fuente de buenos ingresos para muchas familias, su recolección estaba bien pagada y hubo años, que durante meses, muchos somontineros se dedicaban a esta labor, por cierto muy dura y sacrificada, dada la dificultad y esfuerzo que requiere. Nuestro esparto tiene una gran calidad y tenía una gran aceptación en el mercado.
El esparto se arrancaba normalmente con una “maja”, éste era un instrumento muy rudimentario, consistía en un aparato o artilugio de madera, un palo de unos 25 a 30 cms. de largo, que se sujetaba con una mano y con la otra se le enrollaban las hojas de esparto que estaban bien sujetas a la planta y de un fuerte tirón se arrancaban poco a poco las hojas de esparto que quedaban liadas en la “maja” hasta conseguir un manojito, éste se desenrollaba y se volvía a iniciar otra tanda.
También era frecuente el arrancar el esparto directamente con las propias manos de la planta, las hojas ofrecían una gran resistencia y se producían grandes callosidades y cortes al estirar para arrancarlas.
Poco a poco se hacían los manojos de esparto, que se apilaban en montones, luego se cargaban en el burro y para el pueblo, donde se almacenaba, dependiendo del comprador, en un lugar u otro; en un principio se comenzó a vender muy bien en el mercado de Tíjola, que se hace y se hacía todos los sábados, donde se concentraban grandes masas de gentes procedentes de todos los pueblos de alrededor y allí nos desplazábamos los somontineros con nuestro esparto que tenía una gran demanda y aceptación; más tarde, cuando comenzaron a llegar los primeros camiones al pueblo, se concentraba todo el esparto en grandes montañas a la entrada del pueblo, donde venían los compradores y tras su pesaje y fijación de precios, se cargaba en el camión y se lo llevaban a su lugar de destino. Una jornada de esparto duraba de sol a sol.
Cuando el esparto se utilizaba para el consumo propio, o sea confeccionar nuestros enseres, después de haberlo recolectado, se exponía al sol para secarlo y más tarde se sometía a un baño, durante más de 1 mes se sumergía en el agua para curarlo, especialmente en los remansos de la salida del agua de los molinos, luego se volvía a secar y por último había que picarlo para domarlo o flexibilizarlo, así se hacía más fácil entrelazar sus hojas para conseguir formar las cuerdas que necesitábamos para nuestros utensilios; para la confección de las pleitas se usaba el esparto totalmente crudo, quedando totalmente rígidas las tiras de pleitas, que más tarde se unían por sus laterales o bordes y se daba la forma que se pretendía sacar de ellas.
Para picar el esparto se usaba la maza, ésta era de madera muy dura, normalmente de olivo o chaparro, un instrumento de forma cilíndrica, de una sola pieza y compuesto por dos partes: el cuerpo de la maza, que tiene una dimensión de unos 30 a 40 cms. de largo, por unos 8 a 12 cms. de diámetro, ésta era la parte que impactaba directamente sobre el esparto, que estaba apoyado sobre una roca o piedra maciza, y de su parte central, unido a la maza haciendo un mismo cuerpo, salía el mango de la maza con el que se sujetaba, tiene unas dimensiones que van de unos 10 a 12 cms. de largo, de unos 5 cms. de diámetro.
En nuestro pueblo había por aquellos tiempos una gran cantidad de muy buenos y verdaderos artesanos en el manejo del esparto para la confección de enseres y utensilios, tenían unos dedos habilidosos que trenzaban mágicamente entre sí las hojas de esparto, cabe destacar a la “tía Carmen la Catas”, que realizaba unos preciosos cestos de peine, que luego artísticamente adornaba pintándolos con vistosos colores, recordar también a “Martirio”, “la Rubia Pandera”, “Ezequiel el Largo”, “los Cañamones”, “Isabel la Ranilla”, “Mercedes la del Tuerto”, “María la Tuerta”, “Dolores la de Juan Pizo”, “los Chatos”, “los Moras”, “el tío Faustino”, “la Geroma”, “los Cachelas”, “Juan Pizo”, “José Mariano” especialista en hacer barcinas, etc., prácticamente todo el pueblo sabía manejarse y defenderse a la hora de trabajar el esparto, pero especialmente la gente de Triana tenía una escuela y un arte muy especial.