Autor: Baldomero Oliver Navarro, “el Rulo”
Unos de los capítulos que también fue muy impactante, además de sonoro, por que se oyó en todo Somontín, fue el derribo de las campanas de la iglesia de Somontín, cuando ya estaba mediada la guerra.
Manuel “El Manolón”, era un somontinero muy lanzado y ambicioso, formaba parte del Partido Socialista y pronto se alistó para irse al frente, donde le destinaron a Valencia, a los pocos meses de estar allí ya era cabo, al año cabo primero y 3 meses más tarde lo hicieron sargento.
Un día de finales del 1937, se presentó en Somontín con un coche del ejército republicano, lo aparcó en Los Caños y directamente se dirigió a la casa de Don Alberto Acosta Jiménez (que durante más de 40 años fue Juez de Paz de Somontín, haciendo una magnífica y conciliadora labor, además ejerció de maestro escuela del pueblo durante muchos años), que está aun enclavada en la Placeta, en ella vivía en alquiler ocupando una parte de la casa la maestra y alcaldesa Doña Carmen, perteneciente y líder del Partido Comunista de Somontín, y como entre ellos, comunistas y socialistas, que tenían fines comunes, pero también una gran rivalidad por demostrar quién era mejor y más competitivo, sacó su pistola, un revolver del 9 largo, lo encañonó hacia la ventana en la que supuestamente estaría la maestra y para asustarla y demostrarle, a la vez que alardear, que ya tenía un gran poder, la emprendió a tiros con la fachada descargando el cargador completamente.
Al día siguiente, yo estaba en la casa del “tío Juan Padilla”, ya que era muy amigo de su hijo Juan, cuando de pronto oímos temblar la tierra y unos grandes estallidos que nos hicieron salir corriendo hacia la calle, poco a poco nos encontramos con un montón de gente que estaba contemplando como Manuel “El Manolón” y un grupo de soldados venidos de Valencia en un camión ese mismo día, habían tirado las 4 campanas de la iglesia desde lo alto de la torre al suelo, unos 10 metros de altura, aquello era lamentable, eran unas campanas de bronce de más de 1.000 kgs. de peso tiradas en el suelo, unas campanas que cuando daban las horas y sus cuartos se oían en toda la comarca del municipio, nos quedamos pasmados, mirando atónitos, sin poder hacer nada, para evitar lo que aquellos soldados estaban haciendo.
Al poco rato acercaron el camión hasta los álamos y arrastrándolas, desde los pies de la torre de la iglesia las sacaron y cargaron en el camión y se las llevaron hacia Valencia, las habían requisado en nombre de la República, para poder venderlas y sacar algún dinero por ellas, con la excusa de fundirlas para hacer armamento y equipar a su ejército.
Del estampido que dio al caer al suelo la primera campana, una perrilla blanca del «tío Cristino» que estaba durmiendo en la calle, sufrió un colapso y se quedó frita en el sitio.