Las minas y pozos de talco

Boca del pozo del Cerro la Cruz, enterrado recientemente por la acción de la Dirección del Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. (Foto del autor)
Boca del pozo del Cerro la Cruz, enterrado recientemente por la acción de la Dirección del Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. (Foto del autor)

Nuestra Sierra desde siempre ha sido un bien comunal, propiedad del municipio: de todos los somontineros, todos los hijos del pueblo tenían derecho a su riqueza, por esto cuando comienza la explotación de la extracción del jaboncillo, prácticamente la totalidad de los habitantes del pueblo se dedican a desarrollar este trabajo, puesto que en un principio, a mediados y finales del siglo XIX y principios del XX se conseguía sacar muy fácilmente, puesto que estaba a flor de tierra, como en «el Taritatron», «los Laborcicas», «el Rendío», «el Zagal», «el Trabajaero», «los Golondrinas», que labrando con un arado romano lo sacaban, pero con el tiempo estos medios tan fáciles se fueron terminando.

Aproximadamente por el año 1920, se comienza una nueva forma de trabajo, como por ejemplo hacer algunos pozos y abrir algunas minas, como «la mina Dura» de unos 40 metros, «la Larga» de unos 100 metros, «la Teja» de unos 80 metros y la más importante en «el Benerito»: «el Pinato» de unos 150 metros de largo, hubo otras minas de menos importancia que sus propietarios fueron abandonando su explotación, se cansaban de trabajar ante la poca producción y rentabilidad que daban, una vez abandonadas por sus propietarios, éstas podían ser ocupadas por nuevos mineros que intentaban tener mejor suerte.

Boca de un pozo de talco tras pasar años del abandono de su explotación. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Boca de un pozo de talco tras pasar años del abandono de su explotación. (Colección: Ramón Navío Pérez)

Una de las causas más frecuentes, por las que se decidía también el abandono de una explotación minera, era el encontrarse a menudo con filtraciones o vetas abundantes de agua, que hacían imposible seguir adelante por ese camino y había que buscar otro por donde seguir accediendo al filón o veta, por lo que se tenía que abandonar y proceder a picar otra entrada para encontrarle por otro lado.

Interior de la entrada a la mina el Pinato, una de las minas que más rendimiento ha dado en la Sierra de Somontín y la última en dejar de explotarse. (Foto del autor)

En la mina «el Pinato» no pasó lo mismo, casi siempre perteneció a la «familia Benigno», hasta que un día, por ser mayor el padre, decide venderla y la compramos José Galera Lucas “el Hornero”, Juan Fernández “Mangurrino” y el que os relata el presente artículo: Baldomero Oliver Navarro “el Rulo”, con el tiempo el jaboncillo se fue agotando y voluntariamente la abandonamos y tuvimos que emprender, allá por el año 1964, el camino que siguieron una gran cantidad de somontineros, el de la inmigración a Alemania, para buscar mejores perspectivas de futuro y mejores condiciones de vida.

Chamizo o refugio de mineros a pie de pozo, servía para refugiarse y descansar un rato entre la jornada de la mañana y la de tarde, sobre todo en los días de invierno, que había que buscarse un refugio para protegerse del frío, era un habitáculo pequeño, excavado sobre la misma tierra y en algunos se instaló una pequeña chimenea. (Foto del autor)
Chamizo o refugio de mineros a pie de pozo, servía para refugiarse y descansar un rato entre la jornada de la mañana y la de tarde, sobre todo en los días de invierno, que había que buscarse un refugio para protegerse del frío, era un habitáculo pequeño, excavado sobre la misma tierra y en algunos se instaló una pequeña chimenea. (Foto del autor)

La explotación de los pozos de talco comienza a realizarse en «el Cerrillo», los que dieron bastante y abundante material y muy fácil de sacar, pues su profundidad no pasaba de los 15 metros y todo el material que se sacaba era de una calidad buenísima, de un blanco limpio y puro.

En Somontín se utilizaron dos formas de extracción del talco: la vertical, o sea el pozo y la horizontal: la mina, se organizaban en grupos o collas de obreros que podían ser desde parejas hasta un número indeterminado de hombres.

Los pozos se comenzaban a descubrir a partir de una entrada o boca totalmente redonda y a cielo abierto, que podía tener aproximadamente entre 1’5 a 2 metros de diámetro y se seguía picando con esta misma anchura, hasta que se llegaba a su agotamiento.

Caseta-refugio para el control de los talcos que salían de las minas y pozos de Somontín, de cuya labor se encargó el que fue alguacil de pueblo durante muchos años: José Torres, hoy este habitáculo está felizmente restablecido. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Caseta-refugio para el control de los talcos que salían de las minas y pozos de Somontín, de cuya labor se encargó el que fue alguacil de pueblo durante muchos años: José Torres, hoy este habitáculo está felizmente restablecido. (Colección: Ramón Navío Pérez)

Los primeros pozos que se cavaron fueron el del “tío Sordillo”, padre de María Acosta (que ha desaparecido recientemente acercándose a casi un siglo de vida), el hombre tuvo muy mala suerte, murió aplastado por un liso que le cayó mientras trabajaba, allá por el año 1925. Otro de los pozos importantes fue el del “tío Pedro Candelas”, también dieron un buen rendimiento el pozo del “tío Cachelas”, el pozo «la Carpa», «el Estanquero», pero el que se llevó la palma de todos entre los muchos que hubo, fue el «del Cortijillo», propiedad de Anselmo Echeverrías, que reunía unas condiciones idóneas para trabajar, ya que para ello se construyó un habitáculo, para proteger a los trabajadores del calor tórrido del verano y del frío y viento en invierno, y así poder sacarles mayor productividad. El cerro donde estaba enclavado tenía unos 300 metros de largo por otros tantos de ancho.

Cercado de piedras para depositar el jaboncillo a pie de boca de pozo, para evitar que el viento o la lluvia pudiera arrastrarlo de su ubicación. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Cercado de piedras para depositar el jaboncillo a pie de boca de pozo, para evitar que el viento o la lluvia pudiera arrastrarlo de su ubicación. (Colección: Ramón Navío Pérez)

Cuando se agotó «el Cerrillo», la explotación siguió hacia arriba, subiendo al «Cerro Gordo», donde las condiciones de trabajo empeoraron, por el desnivel del terreno, los pozos se tenían que hacer más profundos, algunos como el pozo «los Cinco», llegaron a tener una profundidad de unos 45 metros, en este pozo desgraciadamente, también hubo otra víctima mortal: José “el Pizo”, era un 12 de agosto del año 1952, cuando estaba bajando al pozo para iniciar su labor de minero, se rompió la cuerda que le sujetaba al torno, precipitándose al vacío y estrellándose en el fondo del pozo, fue rescatado y aún se agarraba a la vida, pero poco después, cuando era llevado al pueblo falleció, no pudiéndose hacer nada por él; otros pozos de gran profundidad fueron «el pozo Falange», «el Sequero», el de «los Zurdos», «el Gorrión», «los Aburrios», el de «los Padillas», «los Nanos» y muchos otros.

Boca de un pozo en el Cerro la Cruz, después de ser abandonada su explotación. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Boca de un pozo en el Cerro la Cruz, después de ser abandonada su explotación. (Colección: Ramón Navío Pérez)

También voy a citar otros dos accidentes muy graves, pero que no llegaron por suerte a ser mortales, fueron los que sufrieron en primer lugar Anselmo Oliver Azor “el Beta”, era por Semana Santa y quedó atrapado durante 3 días, bloqueado por una roca que le cayó encima, que al final pudo ser levantada para poderle sacar; el otro accidente fue el que sufrió Amador Mesas “el Pizo”, allá por el año 1959 aproximadamente, cuando trabajando en una mina al pié del «Cerro Gordo», le cayó encima un liso de laja, lanzándole hacia delante y aplastándole la columna vertebral, Amador pudo ser rescatado y tras pasar un largo y duro periodo de recuperación, aún vive hoy y puede contarlo.

En estos pozos, debido a su profundidad, tuvieron la suerte de encontrar jaboncillo moreno a unos pocos metros antes de llegar al blanco, pero la cosa se complicaba, ya que para llegar al blanco había que atravesar una capa de chiscarra muy dura de unos 5 ó 6 metros, con lo que había que echar mano de la dinamita para poder abrir paso y acceder el precioso y blanco mineral.

Vista general de la explanada de un pozo en donde se depositaba el talco extraído. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Vista general de la explanada de un pozo en donde se depositaba el talco extraído. (Colección: Ramón Navío Pérez)

Para romper la roca, había que agarrar el marro y el puntero o barrera, hacer el agujero para meter el barreno, enchufar la mecha a la dinamita, pegarle fuego y salir lo más rápido que se podía, ya que había que reventar la roca a base de barrenos, cuando no había otro remedio y en ello, a veces nos jugábamos la vida, aunque en Somontín hubo algunos accidentes, pocos fueron tan dramáticos y lamentables como los tres anteriores a los que hemos hecho referencia.

Se llegaron a abrir vetas de jaboncillo moreno en el pozo «la Falange», o en el de «los Cinco», de una anchura que iba desde 25 centímetros a 5 metros, parecía que aquella riqueza no se acabaría nunca.

En el cerro de «la Albarda» se abrieron 2 pozos, que dieron una gran cantidad de jaboncillo: el pozo de «la Culebrina», en donde trabajé durante unos dos años, juntamente con Alberto Mesas «el Polío», Rafael Navío «el Canales» y Juan Galera, que era un hombre con unas condiciones físicas envidiables, un día subiendo a la Sierra se apostó con nosotros un litro de vino a que hacía el pino o la veleta en la cima del «Picachegarre», él se enfiló roca arriba y al estar sobre la punta, se agarró a la roca, clavó su cabeza y puso los pies mirando al cielo, nos ganó la apuesta y nos quedamos boquiabiertos, ya que debajo del «Picachegarre» había una caída hacia el barranco de más de 30 metros, si se hubiera caído se habría matado seguro, cuando dejé de trabajar en este pozo me sustituyó mi hermano Pedro, yo me marché a trabajar a otro pozo que estaba enclavado también en este cerro: “el Tardío”, en donde trabajé un año y medio junto a mi tío Gervasio Oliver «el Rulo», Fernando Navío «el Peneque» y Amador Mesas «el Mollina».

Anotación de Manuel Acosta Acosta sobre el pozo «La Culebrina»:

Por la ruta natural que usaban los arrieros de Somontin a Puertollano (Ciudad Real) en los años 1900-1925, ya que por entonces trabajaban en aquella ciudad manchega, bastantes hijos de este pueblo, y el camino hacia aquel lugar era a través de la provincia de Almería: los de Lúcar, Tíjola, y Serón, de las provincias de Granada: Caniles, Baza, Zújar, Cuevas del Campo, de Jaén: Pozo Alcón, Hinojares, Quesada, Peal de Becerro, Torreperojil, La Loma de Úbeda, Sabiote y La Carolina, en ese término municipal, existía un coto minero denominado “Los Guindos” y en el de Linares el “Centenillo”, ambos con gran riqueza de galena argentífera o mineral de plomo, existiendo en “Los Guindos un pozo denominado “La Culebrina” de más de mil cien metros de profundidad, del que se supone que los hijos del pueblo, que por aquel lugar pasaban, tomaron el nombre para este pozo de talco del cerro La Albarda, el mismo nombre que al de Los Guindos, siendo los trabajos que realizaban en las minas de Puertollano el carbón y las pizarra;, estos testimonios me fueron comentados en los año 1960/1965 por los ancianos de nuestro pueblo ”el Tío Canales»: Rafael Navío Guerrero y ”el Tío Juan Atanasio»: Juan Castillo Brocal, conversando en cierta ocasión entre ambos en la plaza del Santo.

Placeta o explanada con restos de talco abandonados. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Placeta o explanada con restos de talco abandonados. (Colección: Ramón Navío Pérez)

Pero no en todos los pozos que se abrían se tenía la suerte de llegar al ansiado mineral, en este lugar, en el cerro «la Albarda», el “tío Fernando Mollina” se puso a cavar un pozo, llamado de la «Virgen de los Dolores», que llegó hasta una profundidad de unos 30 metros y no tuvo suerte, no sacó nada, trabajo, tiempo e ilusiones perdidas, los que trabajábamos en «el Tardío», le dijimos varias veces que no gastase ni tiempo, ni trabajo, ni dinero, ya que la veta no corría en dirección a su pozo, le aconsejamos que bajase a nuestro pozo para que así lo viera y comprobara, al final nos hizo caso y al poco tiempo lo abandonó, tras haberse gastado bastante dinero, puesto que tuvo que emplear mucha dinamita en barrenos.

Otro de los cerros que dieron una gran cantidad de jaboncillo fue el «Cerro de la Cruz», en el que tan sólo se realizaron 4 pozos: el de los “Cristinos”, el del “tío Chambas”, el pozo «el Cemento» y el pozo «la Cruz», cuyos propietarios fueron Joaquín Jorquera, Ramón Clara y Trinidad Clara, hermanos, recuerdo que empezó su explotación sobre los años 1929 y el jaboncillo que se sacó de éstos, era de un blanco purísimo. En este pozo me estrené yo como minero, tenía 13 años, unos 3 años antes de comenzar la guerra, conmigo también trabajaron José Navío «Locadia», Amador Sánchez «el Gachas» y Frasquito García «el Sacristán». Además de estos pozos, en la falda del «Cerro la Cruz» hubo una mina muy buena, que fue la de «Serafín Cañete» y el pozo «la Terrera».

Interior del desagüe del Cerro la Cruz que tuvo que excavarse para poder sacar el agua que se filtraba en los diferentes pozos y minas que se excavaban en la zona. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Interior del desagüe del Cerro la Cruz que tuvo que excavarse para poder sacar el agua que se filtraba en los diferentes pozos y minas que se excavaban en la zona. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Entrada al desagüe del Cerro la Cruz. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Entrada al desagüe del Cerro la Cruz. (Colección: Ramón Navío Pérez)

Por los años 1960, Somontín sufre una gran salida de emigrantes del pueblo, que se van en busca de nuevos horizontes y esperanzas de mejora, que encuentran en los países europeos, principalmente Alemania y Francia, a donde mayoritaria y paulatinamente se van marchando y por consiguiente también abandonando la explotación de las minas y pozos de talco, por esta década también se había comenzado a notar el agotamiento de recursos y cada vez era más difícil su localización y extracción, por tanto era lógico que con la nueva posibilidad de salir, los mineros se arriesgasen, ya que su trabajo no se veía recompensado y en Europa se podía ganar más en un mes que en Somontín en un año, no se perdía nada con probar y así comenzó el declive y la caída de nuestras minas y pozos.

Entrada al desagüe del Cerro la Cruz. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Entrada al desagüe del Cerro la Cruz. (Colección: Ramón Navío Pérez)

Pero unos pocos aguantaron hasta el final, entre éstos estaban Juan Resina Pérez (nacido en 1919), su hijo y su cuñado Juan “Chimeneas” Vicente Mora, que desde muy niño, había trabajado toda su vida en la sierra haciendo catas en «el Benerito», y ante tan poca producción, ya estaba cansado y aburrido, entonces decidió cambiar de sitio e intentar mejorar su suerte, buscó por toda la sierra, haciendo catas por aquí y por allí, que casi nunca pasaban de poco más de 1 metro, hasta que un día dio el golpe que todos los mineros hemos buscado a lo largo de nuestra vida. Corría el año 1965, en el «Cerro del Águila» hizo una gran cata y enseguida afloró el jaboncillo, siendo una de las minas que más jaboncillo ha dado en Somontín y por supuesto, la última que pudo dar una gran riqueza a sus descubridores, un gran regalo y un mejor final, como epílogo a la explotación de las minas por parte de los somontineros.

Cerro del Benerito, en el centro la entrada a la mina el Pinato, vista general desde el Cerro la Cruz. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Cerro del Benerito, en el centro la entrada a la mina el Pinato, vista general desde el Cerro la Cruz. (Colección: Ramón Navío Pérez)
José Navío (Pepe el Nano), rebañando restos de talco en una mina. (Colección: Ramón Navío Pérez)
José Navío (Pepe el Nano), rebañando restos de talco en una mina. (Colección: Ramón Navío Pérez)
Bajada a una galería de la mina el Pinato, a pocos metros 
de la entrada. (Foto del autor)
Bajada a una galería de la mina el Pinato, a pocos metros de la entrada. (Foto del autor)
Vagoneta enclavada en el exterior de la mina de Los Leoneses. 
(Foto del autor)
Vagoneta enclavada en el exterior de la mina de Los Leoneses. (Foto del autor)
Entrada al polvorín de la mina Los Leoneses, en el término municipal de Lúcar, pero que por su proximidad a Somontín, fueron muchos nuestros paisanos los que durante muchos años trabajaron en ella, 
era la única mina en la que se trabajaba sin dificultad, debido a 
su amplitud y condiciones de trabajo, el talco y los restos de escombros, se sacaban al exterior en vagoneta empujada por los mineros, había raíles de hierro y a medida que se avanzaba en 
la excavación, se apuntalaba. (Foto del autor)
Entrada al polvorín de la mina Los Leoneses, en el término municipal de Lúcar, pero que por su proximidad a Somontín, fueron muchos nuestros paisanos los que durante muchos años trabajaron en ella, era la única mina en la que se trabajaba sin dificultad, debido a su amplitud y condiciones de trabajo, el talco y los restos de escombros, se sacaban al exterior en vagoneta empujada por los mineros, había raíles de hierro y a medida que se avanzaba en la excavación, se apuntalaba. (Foto del autor)
Escombrera y conducción de la evacuación del talco de la mina de 
Los Leoneses a la rambla, en donde se volcaba la vagoneta y se depositaba al fondo para ser cargado en camiones y llevado a 
la estación de Purchena. (Foto del autor)
Escombrera y conducción de la evacuación del talco de la mina de Los Leoneses a la rambla, en donde se volcaba la vagoneta y se depositaba al fondo para ser cargado en camiones y llevado a la estación de Purchena. (Foto del autor)