Autor: Baldomero Oliver Navarro, “el Rulo”
En Somontín nació y vivió, pero dejó la huella de su existencia a lo largo de todo el Río Almanzora el “tío Pedro Brocal”, así era conocido Pedro Brocal Romero, hijo de Juan Brocal y Carlota Romero, un personaje muy peculiar para los tiempos que le tocó vivir y el lugar donde vivió, para definirlo perfecta y escuetamente diría que era un gran y magnífico vividor, que vivió su vida al máximo y que fue genio y figura hasta el final de sus días, un conquistador de mujeres, un hombre alto, delgado de muy buen parecido, hablador, juerguista y sobre todo pícaro y astuto.
El “tío Pedro Brocal”, era hermano de mi suegra Soledad (que tuvo 14 hijos, de los que vivieron solo 10), tenía otros 2 hermanos, Casimira (4 hijos: Juan “Ollas”, María que murió joven, Carlota, que se caso con el “tío Paco Ventura” y tuvieron un hijo que quedó paralítico y también murió joven y Rosa, que se casó con Luis “Chambas” y se marcharon a Lizarte – Guipúzcoa, parte de su familia luego emigró a Córdoba – Argentina), el otro hermano era Ramón, que tuvo 5 hijos y se marchó a Francia, por tanto, él y mi suegra, al marcharse sus hermanos se quedaron administrando y cultivando sus tierras y pudieron disponer de bienes para poder vivir bastante más holgadamente.
Pedro Brocal estaba casado con María y con ella no pudo tener ningún hijo, pero a lo largo del Río Almanzora, por allí donde pasaba y le dejaban, sembraba lo que podía, mi suegra, su hermana llegó a contarle 17 hijos, en Baza tenía 3 hijos de diferentes mujeres, uno de ellos se llamaba Serafín, que al acabar la guerra se fue voluntario al ejército y antes pasó por Somontín a ver a su padre, en Armuña tenía otro, que a los pocos meses de morirse su padre, tendría unos 17 años, se presentó en el Cortijo de la Rambla que era de mi suegro y de la hermana del “tío Pedro”, y les dijo que quería ingresar en el seminario para hacerse cura y le pidió a mi suegro que le ayudase económicamente para poder estudiar, ya que no había recibido nada de herencia de su padre, a lo que mi suegro le contestó que él no había podido darle estudios a sus hijos y que por tanto tampoco podía costearle los estudios a los hijos de su cuñado, en Albox tenía 2, una era Carlota, una chica guapísima, alta con una peca oscura en la mejilla, que estaba y trabajaba en una Venta, donde los somontineros, cuando íbamos a la feria de Albox nos alojábamos, la Venta tenía unos grandes corrales en donde pasábamos la noche junto con las bestias, en la sierra de Somontín tenía otro que se llamaba el “tío Oradán”, que hacía de pastor por la sierra, que al final fue el que heredó lo poco que le quedaba cuando se murió, del resto de hijos no hemos sabido directamente nada.
En el pueblo tenía su casa en el Porche, junto a la iglesia, la que posteriormente fue casa de Antonio “el Nene”, también era de su propiedad, el cortijo que más tarde fue del “Chumbelete”, en las Alquerías tenía otros 2 cortijos, casi semi-enterrados entre las paletas de higos chumbos, y otro en las Canteras de Lúcar, además tenía parte en la almazara que había debajo de la actual casa de Juan Berbel, frente a los Álamos y la Cuesta la Villa, que era de su familia.
Al no tener hijos con su mujer y tener bastante patrimonio, además de ser bien parecido y atractivo y al estar constantemente de aquí para allá, encontró en la necesidad de algunas o en el enamoramiento de otras, un filón donde poder dar rienda suelta a sus instintos más primarios y llevarse por delante todo lo que se le ponía a tiro, y fruto de ello fueron esos 17 hijos contabilizados, no reconocidos legalmente, pero tampoco rechazados, él procuraba ocupar a sus madres y compartía con ellas las cosechas que producían sus tierras y otras cosas que él cosechaba cuando se daba la ocasión.
Era un hombre que se adaptaba a todo, los cortijillos de las alquerías no tenían nada de lujo, eran una simple habitación donde dormía en un camastro (2 palos cruzados de parte a parte, con unos colchones de paja), o sobre los aparejos de las bestias y así se movía de uno a otro cuando le parecía, en cada uno tenía la compañía que temporalmente estaba con él, a la hora de hacer de comer no era muy exquisito, se bastaba con poca cosa y comía de lo que daba el terreno y la temporada, casi de lo mismo durante días, en los cortijos de las alquerías tenía en cada uno una lata de carburo y en ella cocía lo que había, cuando había patatas, pues patatas y a comer de lo mismo un día sí y otro también, luego venía la época remolacha azucarera, de los garbanzos, etc., y con cuatro frutas y las verduras, se alimentaba él y quien convivía con él.
En las épocas de faena, juntaba sus a mujeres para que le ayudasen a recoger la cosecha, que podían variar en número, unas eran de un pueblo y otras de otro, cuando acababan a todas les daba su parte, estos encuentros no eran solo de trabajo, estaba tan seguro de sí mismo y de que aceptarían lo que les propusiera, que como no podía atender la demanda de su pequeño harén, les hacía competir entre ellas trabajando y la que más recogiera ese día, era la afortunada de dormir con él esa noche, así pues, en una ocasión llegó a juntar a 5 mujeres en una buena añada de recogida de oliva, se las trajo al cortijo, él se puso por delante tirando la oliva al suelo y ellas detrás recogiéndola y compitiendo por ser la afortunada de poder compartir esa noche la cama con él, las demás dormían alrededor, en el suelo sobre colchones o sacos de paja y encima las jarapas, en poco más de una semana ya había acabado con la recogida de la oliva, lo mismo hacía con todo tipo de productos: almendras, siega, etc., siempre tenía mano de obra casi gratis y además complacida por poder ser la elegida ese día para poder disfrutar del hombre que las tenía como locas.
Para poder contentar y atender a sus mujeres, además de divertirse y pasárselo bien, comenzó a vender sus tierras, se compró una gramola y unos discos de pizarra y con su burra se iba por los cortijos de la sierra y por los pueblos del Valle del Almanzora, de fiesta en fiesta, montaba su gramola y a pasárselo bien, se hizo famoso y en muchos sitios lo esperaban como agua de mayo y él encantado de la vida, a cambio le daban comida, cama con o sin compañía y algún dinerillo.
A partir de los años cuarenta comenzó su declive, los años pasan y dejan huella y viendo que se quedaba solo, su mujer ya había muerto, comenzó a buscar refugio entre conocidos, familia y ex-compañeras, pero nadie quería hacerse cargo de él, ya que tampoco daba confianza y además el instinto que le movió durante toda su vida nunca se extinguió; recuerdo que mi suegra les decía a sus hijas, que cuando el “tío Pedro” esté por aquí, no quiero que ninguna de vosotras salga del cortijo más allá de la placeta, ya que su propia hermana no se fiaba de él ni un pelo.
En el año 1948 logró que lo admitiesen en un hospicio en Almería, a cambio de dejarles en herencia las tierras y bienes que le quedaban, su estancia allí fue muy corta, a los 2 meses lo echaron, por haber intentado meterles mano a las monjas que le cuidaban.
De regreso al pueblo, buscó refugio con su hijo ilegítimo que tenía en la sierra, el “tío Oradán”, que tenía un pequeño cortijo cerca de la Fuente del Pino y allí vivió los últimos días de su extensa e intensa vida, un día de invierno de mucho frío y nieve del año 1950, nos llegó la noticia de que había muerto y había que ir a buscarlo para darle sepultura, Agustín, hijo del “tío Oradán”, por tanto su nieto fue el encargado de avisar a la familia, inmediatamente mi cuñado Juan “Faustina”, su sobrino y los cuñados Juan Echeverría y Felipe Rebelles, se pusieron camino a la sierra a buscarle y a traerle al pueblo, como hacía mucho frío y los caminos no estaban transitables, decidieron pasar la noche en el cortijo, el “tío Oradán” decidió matar un cordero para agasajar a los familiares y cenar en condiciones, para ver si al día siguiente mejoraba el tiempo y poder ponerse en marcha hacia el pueblo.
Como no cabían todos en el habitáculo del cortijo, decidieron sacar al difunto fuera en la explanada de la puerta y a la intemperie de una noche gélida, al hacerse de día, al intentar poner el cadáver sobre los lomos de la burra que lo tenía que transportar al pueblo, presentaba tal estado de rigidez que parecía un palo y no había manera de estabilizarlo, por lo que decidieron ir al cortijo de Amador “el Polonio” a pedirle unas aguaderas y sobre ellas lo colocaron, estirado y bien amarrado emprendieron camino de regreso al pueblo, allí lo esperábamos y tras una rápida vela de sus familiares lo enterramos, esperando que su cuerpo que nació para vivir, descansase al fin en paz.