Autor: Baldomero Oliver Navarro, “el Rulo”
Allá por los años 1930 y hasta casi los 1950 del siglo pasado, como no había muchas diversiones, las gentes de nuestros pueblos: Somontín, Tíjola, Lúcar, Urrácal, Purchena, etc., se las tenían que ingeniar para hacer más divertidas y amenas las fiestas de nuestros patrones y patronas, por aquellos días era muy frecuente el asistir a los actos festivos de los pueblos vecinos, sobre todo para mantener vivos e intactos los vínculos familiares, por lo que se hacía necesaria una visita para ver a la familia que vivía en el pueblo vecino, aunque solo fuera unas cuantas veces al año.

La gente joven aprovechaba cualquier cosa para divertirse y hacer más entretenidas las fiestas, ya fuera con los juegos, con los teatrillos, con las canciones y bailes, o como en el caso que nos ocupa, sacándose coplillas entre unos y otros, que acababan con verdaderas batallas dialécticas, para ver quien la hacía mejor y dejar en mal lugar al rival o rivales.
Recuerdo que en cada pueblo había una comparsa de gente joven, que solía ir a las fiestas del pueblo vecino a encararse y contar chascarrillos que se hacían rimar con mucha imaginación y que contaban cosas del quehacer diario, o ensalzaban o degradaban a los personajes más populares del lugar, con el fin de pasar un rato agradable.
En mi memoria aun suenan los ecos de alguna de ellas y como muestra os contaré un par de ellas, que se hicieron famosas y sonaron en bastantes ocasiones por nuestras fiestas:
Comparsa de Juan «Ollas» 1933 (1)
Por allí viene Juan “Ollas”,
que parece ser un buen “payo”
vamos a ver entre todos
la manera de engañarlo.
Aunque parezca buen “payo”,
él no se deja engañar,
así que no os canséis,
que no adelantaréis nada.
Por allí viene Juan “Ollas”
que trae una buena “turca”,
probaremos a engañarlo
los comparsitas de Lúcar.
Aquí tenéis a Juan “Ollas”,
que no trae ninguna “turca”
y a Juan “Ollas” no lo engañan
los comparsitas de Lúcar.
(1) Juan “Ollas” Castellón Brocal, era un hombre muy animoso, juguetón y dicharachero, y constantemente estaba de bromas con todo lo que le salía al paso, nos dio muchos momentos de alegría y diversión a lo largo de toda su vida. Estuvo y participó en la Guerra de Africa de 1920, era un hombre muy fuerte y decidido.
Comparsa de la Espigadora (2) (3)
La Tía Filomena “la Quijala”
La Espigadora con su esportilla
hace la sombra de la cuadrilla
y como tiene tan buenos ojos,
espiga a veces de los manojos.
Ay! Ya, ya, yayai!
Que trabajo nos manda el Señor,
todo el día a los aires,
todo el día al sol,
levantarse y volverse agachar.
Ay! Ya, ya, yayai!
La Espigadora con su esportilla
sigue espigando tras los segadores,
con los mismos sudores,
que el hombre que siega y que trilla.
Ay! Ya, ya, yayai!
La Espigadora con su esportilla,
¡No arrebates los campos de mies,
que detrás de las hoces voy yo:
la Espigadora con su esportilla!
Ay! Ya, ya, yayai!
(2) Las espigadoras eran mujeres que iban detrás de las cuadrillas de segadores, buscando y recogiendo las espigas de trigo o cebada, que se caían de los manojos de mies segada en los campos, o de los haces al moverlos por los caminos de un lado a otro, hasta llevarlos a las eras para la trilla, era tanta la necesidad de nuestra pobre economía, que en Somontín no se podía perder nada, siempre había alguien que esperaba su ocasión y todo se aprovechaba.
(3) Una de las espigadoras más conocidas de nuestro pueblo fue la «tía Filomena la Quijala”, esta mujer era una gran trabajadora, vivía de todo lo que se podía aprovechar, rebuscaba almendras, olivas, etc., se dedicaba principalmente, como casi toda la gente de Triana en aquellos tiempos, a la confección de pleita y cuerdas de esparto, con las que se hacían todo tipo de utensilios, que los sábados preferentemente llevaban al mercado de Tíjola para venderlos; como espigadora se la podía ver por cualquier secano en pleno verano, rebuscando las espigas que se habían caído de los manojos y de los haces de trigo, se desplazaba por el secano del Cortijo “El Piojo”, del “Baladrar”, a los Puentes de Hierro, a donde fuera, y era tan hábil, que casi siempre venía a Somontín a pie con su espuerta bien llena de espigas, que podía pesar 12 ó 15 kilos, un año llegó a recoger más de 12 fanegas de trigo de esta manera. Una fanega de trigo equivale aproximadamente a unos 40 kilos de grano limpio.
Canciones y coplillas de la tía M.ª Navío
El ministro Canalejas
no se va de Somontín,
por no dejar en su sitio
a su amigo Miguelín. (4)
Somontín no tiene reloj,
Somontín no tiene ayuntamiento,
Somontín no tiene plaza
y nos ha castigado Dios
con el esparto y la maza. (5)
Cuando vino Gabiolí,
Frasco no tenía chaqueta
y le prestó Gregorio
la suya para bajar a Purchena. (6)
A María Acosta le ha dado,
la madre de su marido,
para que ponga en el balcón
el calzador y el rocío. (7)
(4) Una cuestión amorosa entre dos (Rafael Canales – Miguel Laca Martínez) que se disputaban los favores de la maestra del pueblo: D.ª Carmen Gómez, presidenta del Partido Comunista en el pueblo.
(5) Dureza y miseria de vida en nuestro pueblo.
(6) Los representantes de nuestro pueblo andaban escasos de lujos y para ir a representaciones tenían que equiparse con lo mejor que poseían otros o sea se prestaban las prendas de vestir.
(7) M.ª Acosta era su sobrina y cuando se casó con mi cuñado Juan, la abuela Soledad le regaló muchas cosas para tapar un poco el fracaso de su hijo a su vuelta de América, era una manera de decir cosas que todo el mundo sabía.
En Somontín, a los pocos meses de haber finalizado la guerra, la vida volvió a su rumbo y ritmo normal de antes, la convivencia y el respeto entre unos y otros superó a las rencillas políticas, los miedos, las amenazas o las ganas de revancha, pronto se olvidaron debido a una necesidad vital: la sobrevivencia, después de la guerra seguíamos teniendo las mismas necesidades y la única manera de salir adelante era la de seguir trabajando y aprovechar lo poco que nos daba la vida de nuestro pueblo, las minas, la agricultura o el ganado.
Entre otras cosas, casi sin darnos cuenta, pronto pasamos página a un capítulo tan absurdo como fue el enfrentamiento de familiares contra familiares, de amigos contra amigos o de vecinos contra vecinos, sin saber el por qué ni siquiera entenderlo, la necesidad hizo que todo se borrase rápidamente y nos pasamos más de 20 años luchando con la sola idea de sobrevivir, ya que los tiempos no traían mejoras a donde agarrarnos, fueron unos años muy duros, los estómagos medio o casi vacíos, hacían que la mente siempre estuviera entretenida en intentar como superar esta situación de sobrevivencia.
Recuerdo que mi padre y yo éramos matarifes y cada año, entre familiares y vecinos o amigos, matábamos unos 40 ó 50 cerdos, que era con lo que las familias se tenían que arreglar durante casi todo el año, familias que en muchos casos eran muy numerosas de 10 a 14 miembros de promedio y que con un cerdo, o en el mejor de los casos dos, tenían que arreglarse, pero también se aprovechaba cualquier otro animal que fuese comestible.
Un día mi primo Amador «el Forestal» me vino a ver, porque tenía un carnero de unos 7 años que se le había encojado y había que intentar aprovecharlo por lo menos para la carne, así que me bajé al molino de los «Ambrosios», que era donde estaba el animal y allí mismo lo sacrificamos, llamé a Isabel «la Jeroma» y ella se encargó de ir casa por casa vendiendo el carnero.
En otra ocasión estaba trabajando en el «pozo de Juan Galera» y vino mi cuñada Vicenta a buscarnos, porque una cerda que nos había parido 10 crías las estaba matando cuando se le acercaban, no las quería, así que enseguida hubo que sacrificarla antes de que acabase con todas y otra vez a llamar a Isabel, para que a cambio de un buen pedazo de carne en pago a su trabajo, vendiese lo que pudiera por las casas, como era algo imprevisto y se trataba de aprovecharlo, el precio que se ponía era de oferta con tal de que no se perdiera y siempre se vendía todo y bien.
Durante muchos años, cuando un animal se moría en el pueblo, sobre todo burros o mulos, eran llevados a la «Cueva la Arena», que estaba situada cerca de donde hoy están la piscina y las pistas de tenis, casi siempre se llamaba a Juan Reche, para que con un par de mulas arrastrase hasta allí al animal muerto, que después era pasto de cuervos, zorros, perros y demás; un día a Juan Galera se le murió el burro (eso creyó él) y lo arrastraron hasta la cueva, lo dejaron allí y al poco rato pasó cerca Juan «Cachelas» y vio que el animal se había medio levantado, pero no se podía mover, se fue a su casa agarró un cubo, un pan de un kilo y un litro de vino y volvió a buscar al animal, comenzó a darle de comer, mojando el pan en el vino y poco a poco el animal se recuperó, y andando para casa con su nuevo amo, al poco tiempo estaba totalmente recuperado y bajando jaboncillo, recuerdo que se le sacó una cancioncilla a este hecho, pero lamento no recordarla correctamente.

Anotación de Manuel Acosta Acosta
Pocos años después de la Guerra Civil entre 1942-1948, se hacían representaciones teatrales en el “Molino El Conso” que de alguna forma, intentaban entretener a los vecinos, sacándolos de sus tareas habituales en el campo y las minas de los varones y las labores propias de las femeninas en las casas, recuerdo que una obra representada fue “La Viuda Alegre” y algún sainete relacionado con los “Siete Niños de Ecija”, dirigidos por Francisco Navío Duran «Paco el de la Redonda», hijo de Francisco Navío Arriaga «Frasquito Ambrosio», el molino se lo tenían arrendado al «tío Manuel Diego», recordando algunos intérpretes en el teatro como José «el Calabazas» y Manuel «el de Consolación», que interpretaron o representaron a una pareja de la Guardia Civil, asimismo actuaba una representante femenina, hermana del maestro de escuela don Manuel Burgos, que se llamaba Encarnita, muy joven y bien parecida, cuya interpretación fue muy bien acogida, me es difícil recordar a todas las personas que hicieron de actores en las obras, pero sí recuerdo que se representaron, entre otras las siguientes obras: «Los Siete Niños de Ecija», «Tragabuches», «Juan Palomo», «Satanás», «Malafacha», José Candio», «El Cencerro» y «El gitano Luis de Vargas», este último más natural de la Sierra de Granada, tenía un estribillo que decía:
Bebe vino montañés,
Que lo paga Luis de Vargas,
El que a los pobres socorre
Y a los ricos avasalla.
Por el año 1943, los niños de las escuelas del pueblo asistieron a una representación cinematográfica en el cine o salón “Merecedes” de Tíjola, propiedad de Juan «Cucharas», para ver la película “Blanca Nieves y los Siete Enanitos», haciendo el viaje por caminos rurales en caballerías o andando, con un recorrido de unos doce kilómetros de ida y vuelta, fue todo un acontecimiento social en nuestro pueblo.