La entrega y acarreo

Para el transporte del jaboncillo de la Sierra de Somontín a las instalaciones del molino o a la fábrica de la Estación de Purchena, se utilizó el único medio de transporte posible en aquella época de nuestra vida: las caballerías de todo tipo de animal equino. Los burros y mulos del pueblo comenzaron a trabajar a destajo y fueron de un aprovechamiento y utilidad impagada, y por qué no decirlo, a veces maltratados, con poco pienso y muchos palos.

A los animales la noche anterior a un día de acarreo, se les solía dar una alimentación extra o especial, a la paja se le añadía una buena ración de pienso: grano, normalmente cebada, maíz, centeno, habas, yeros, trigo, etc., de lo que se tenía en más abundancia y no se necesitaba para las personas. Era algo especial, de ellos se esperaba también un buen rendimiento, en esos días de continuo ajetreo.

Constantemente estaban en marcha: yendo cargados con 2 quintales de jaboncillo en sus lomos, lo que es igual a 100 kgs. y viniendo vacíos a por la próxima carga, normalmente se hacían dos bajadas por jornada a la Estación de Purchena y podía variar entre 4 a 6 bajadas por jornada al “Molino El Conso”.

Las distancias que se recorrían en cada acarreo, eran aproximadamente dependiendo de donde se cargase, de la sierra al “Molino El Conso”: unos 4 kms. y de la sierra a la Estación de Purchena: unos 11 kms., que si contamos la ida y vuelta, nos sale un montón de kms. recorridos por día (unos 45 kms. cuando el destino era la estación y unos 50 kms. cuando se descargaba en el molino), no había que hacer mucho deporte en aquellos tiempos para tener un perfecto estado de forma física y una figura bien estilizada.

En el acarreo intervenían prácticamente todas las caballerías del pueblo, que iban guiadas casi en su mayoría por mozos de mediana edad de 12 a 16 años, alguna persona mayor y muchos niños, que apenas tenían los 6 años en adelante, era un trabajo muy duro para gente de esta edad, había que levantarse a la madrugada, entre las 05.00 y las 06.00 horas de la mañana, para subir a la sierra e ir a los pozos o minas, donde se entregaba el jaboncillo, había que soportar un frío terrible y cuando se llegaba, esperar el turno de carga, se cargaba la caballería con 2 quintales cada una y excepcionalmente, si el animal era muy fuerte o nervioso, para calmarle los ímpetus, se le cargaban 3, o sea 150 kgs. y andando hasta la Estación de Purchena.

Por aquellos tiempos y para recuperar la pérdida continua de asistencia a las clases de la escuela municipal de los niños del pueblo, por estar empleados continuamente en las labores de bajar jaboncillo, el maestro: “el Tío Cojillo”, estableció la posibilidad de asistir a clase después de un largo día de trajín y creó la Escuela de Noche para que pudiésemos recuperar algo de lo perdido, ya que cuando había jaboncillo, la escuela se quedaba prácticamente vacía.

Los caminos que conducen a la Sierra de Somontín estaban llenos de animales y personas en tránsito, las recuas de animales eran infinitas, todo un espectáculo ahora inimaginable, se podía ver el final de la cola conforme se asomaban por la Somaíca, bajando hacia el pueblo y la cabeza ya llegaba a las Eras, animales y personas guardando un perfecto orden, llevando un mismo ritmo de paso y todos en fila india hacia el destino de la carga.

Durante el camino podía pasar que la carga se soltase o torciese con el movimiento del animal al caminar, o que el animal tropezase y fuera al suelo animal y cargamento, u otros pequeños accidentes, que en el caso de tener fuerzas suficientes los que iban en ese grupo, se volvía a cargar o componer y se seguía adelante, pero si el grupo de arrieros no podía, por ser demasiado jóvenes, éstos tenían que esperar a que llegasen compañeros mayores, que les ayudasen a subir otra vez la carga al animal, para así seguir al lugar de destino.

Al llegar a la Estación de Purchena, se procedía a la descarga en el lugar que indicaba el operario que allí había y entonces se recogían sacos y sogas, se colocaban en el lomo del animal y a la vuelta nos subíamos en la caballería y por lo menos el regreso era más llevadero. Cada arriero solía llevar o hacerse cargo de 2 animales, algunos llevaban 3 ó 4, cuando esto sucedía, se ponía el animal más noble abriendo recua y los demás se amarraban uno al otro de reata, para así ser guiados y controlados, tanto al ir cargados como al volver de vacío.

Normalmente se realizaban dos entregas por día, en un segundo viaje, que acababa por la tarde, cuando los arrieros pasaban con sus animales cargados con destino a la Estación de Purchena, al llegar a la curva de Juan Galera, que está a la entrada del pueblo, bajando por las Peñicas, en el cruce del puente del barranco de las Mancovas y la entrada al camino de las Eras, se solía realizar un encuentro entre familiares que salían al paso de los que estaban de acarreo, para entregarles su merienda o comida, la que degustaban caminando hacia su destino, en este punto nos esperaba el hermanito o hermanita, o nuestra madre, que al pasar la recua nos acercaba el talego, que contenía según la época del año, un trozo de pan, algo de chicha (embutidos), higos secos, almendras o frutas del tiempo, la bebida la conseguíamos al pasar por las diferentes fuentes que emanaban en las balsas, que nos íbamos encontrando a lo largo del camino, no había mucho donde elegir y no se podía ser muy delicado: ¡sabía a gloria!

El precio del acarreo por los años 1928-1930, se pagaba muy mal, pero había que ir, ya que era una fuente más de ingresos, que nos permitía respirar un poco mejor en aquellos tiempos, las primeras cargas a la Estación de Purchena se pagaban a 7 reales de peseta, o sea 1’75 pesetas, aproximadamente 1 céntimo de los Euros actuales, y al “Molino El Conso” se pagaba a 3 reales de peseta, lo que es igual a 0’75 pesetas o a menos de 0’50 céntimos de Euro, o sea una miseria, ya que por cada viaje a la Estación se había de emplear media jornada, unas 5 ó 6 horas. Al “Molino El Conso”, se tardaba en cada transporte, aproximadamente 2 horas.

La economía de todos los habitantes del pueblo y la vida en general, comenzó a girar en torno a las entregas del talco, tanto por lo que se cobraba por la venta del material, como por lo que se conseguía con el acarreo, era muy común el ir comprando cosas en las tiendas del pueblo y pedir al propietario de la tienda que lo apuntase en la cuenta, que cuando el marido o los hijos entregasen el jaboncillo, o se cobrase el acarreo, se saldaría la deuda, ambas cosas iban ligadas, puesto que la compañía que compraba, solía liquidar las dos cosas el mismo día, así pues, todos los tenderos tenían sus libretas de apuntes en las que se anotaban las cosas que se llevaban los convecinos, también se solían saldar las deudas de otras adquisiciones, como casas o animales cuando se cobraba el jaboncillo, era el eje en el cual giraba la vida de nuestro pueblo.

Los burros, se han convertido actualmente en un reclamo turístico y han dejado de ser útiles para las labores que desempeñaron durante tantos siglos de historia en nuestra tierra. Hoy, en Somontín, desgraciadamente no queda ninguno. Foto tomada en la cuadra de burros de Miguel Ortega, de Tíjola. (Foto del autor)
Los burros, se han convertido actualmente en un reclamo turístico y han dejado de ser útiles para las labores que desempeñaron durante tantos siglos de historia en nuestra tierra. Hoy, en Somontín, desgraciadamente no queda ninguno. Foto tomada en la cuadra de burros de Miguel Ortega, de Tíjola. (Foto del autor)