Autor: Baldomero Oliver Navarro, “el Rulo”
Los habitantes de Somontín, ahora hace ya bastante tiempo, tuvimos una forma muy dura de buscarnos la vida, allá por los años finales del siglo IXX y principios del siglo pasado, llegando hasta muy cerca de 1950, esta fue la de hacer de arrieros o transportistas de mercancías, que llevábamos de un lado para otro con el fin de que en cada trasiego nos quedasen algunas pesetillas, con las que muchos de nosotros logramos conseguir un complemento más de subsistencia.
Andábamos por los más vericuetos, sinuosos y desconocidos caminos de la Sierra de las Estancias, yendo y viniendo a los cortijos y ventas del río y sierra de Baza, sierra de Cúllar, zona de Granada capital e incluso acercarnos a las tierras de Málaga y Jaén, siempre andando tras nuestras recuas de bestias: burros, mulos y algún que otro caballo, que iban cargadas de trigo, harina, judías, centeno, garbanzos o cualquier otro tipo de grano, en un sitio, en otro se cargaba aceite, o de lo que se encontrase, o se compraba algún animal: cabra, oveja, cerdo, etc., con tal de que se pudiera ganar unos cuantos reales con ello.
A este trabajo acudíamos, como recurso económico de ayuda a nuestras casas, en todas las épocas del año que se diesen las circunstancias adecuadas para poderlo llevar a cabo, sobre todo en los días de primavera y verano, cuando el clima mejoraba y se podía transitar por estos estrechos caminos de nuestra sierra, cuando alguien nos avisaba de que en un cortijo o venta había algo que pudiera ser interesante, nos desplazábamos hasta allí para ver las condiciones, y sobre todo el precio que tenía el material y si conseguíamos hacer alguna compra, esperábamos el atardecer para cargar nuestras bestias, salir a los caminos y enfrentarnos a la noche y caminar hasta el amanecer, donde procurábamos llegar de día a un buen y conocido sitio, que sirviese de refugio, que encontrásemos por el camino para ocultarnos, en el que aprovechábamos para descansar y dar de comer a nuestros animales y prepararlos para la jornada siguiente, que casi siempre, cuando se iba cargado se transitaba de noche.
Este trabajo o actividad siempre fue muy peligrosa, ya que los asaltantes de caminos o bandoleros estaban al acecho donde menos nos lo esperábamos para robarnos lo que llevásemos encima: carga o dinero, cuando te salían al camino con la escopeta montada y te echaban el alto, estabas perdido, tenías que hacer lo que te decían si no querías tener males mayores, como llevarse las bestias y dejarnos tirados o amarrados en mitad de la sierra, en espera de mejor suerte y que alguien nos pudiese socorrer, de lo cual podían pasar algunos días.
A principios de siglo, fue una actividad comercial tolerada, cada uno corría con su propio riesgo de ser asaltado o la suerte de poder salir adelante sin ningún problema y ganarse unos buenos dineros con tan penoso trabajo, pero a partir del inicio de la Guerra Civil Española en 1936, se convirtió aún en más peligroso y arriesgado seguir con la tarea de trajinar cosas de un lado para otro, puesto que además de los bandoleros de la sierra, había que añadir la persecución que inició contra nosotros por un lado la Guardia Civil, durante la guerra los milicianos y después los maquis y los somatenes, ya que con el inicio de la guerra el gobierno de la nación de aquellos años y posteriores consideró esta actividad, como un fraude de ley y por tanto era delictivo e ilegal los intercambios o compras y ventas de materiales y animales, sobre todo perseguían los alimentos, por lo que se le denominó estraperlo o contrabando, y si te cogían te expropiaban la carga, te ponían una fuerte multa y hasta podías acabar en la cárcel por un tiempo, además de llevarte, indiscutiblemente, una buena manta de palos de forma gratuita gracias a la generosidad de la benemérita, que en aquellos años no se andaba con muchos miramientos.
Era peligroso hacerlo abiertamente de día, porque además de poder ser detectados por la Guardia Civil a simple golpe de vista, teníamos a los otros enemigos: los bandoleros de siempre, que a su vez también se escondían de la Guardia Civil y que en aquella época abundaban en todo el Sistema Penibético, sobre todo en la Sierra Morena y sierras más cercanas como la nuestra.
Muchos somontineros probamos nuestra suerte como arrieros, así nos considerábamos nosotros, o como estraperlistas, que era la denominación que nos daba la legalidad vigente, algunos tuvieron más suerte que otros, pero todos pasamos miedo, incertidumbre, calamidad, y sufrimientos sin fin durante aquellos días, los bandoleros nos tenían atemorizados y siempre que salíamos procurábamos ir en grupos de tres o más personas al mismo tiempo, para compartir nuestra suerte, era lo más seguro, aunque también algunas veces nos aventurábamos a hacerlo solos, todos íbamos armados, las navajas y pistolas se ocultaban en nuestros cuerpos o en los aparejos de nuestros animales, para poder defendernos si teníamos oportunidad.
Normalmente, iniciábamos la búsqueda de lo que nos interesaba comprar, cuando alguien nos avisaba de que en tal sitio o en otro había algo que podía ser interesante, o cogíamos el camino de la aventura e íbamos preguntando en los cortijos y ventas a ver si tenían algo que nos interesase comprar o si les hacía falta algo por si lo encontrábamos en otro lado poderlo tener ya vendido de antemano, podíamos pasar varios días de un lado para otro sin encontrar nada que fuese rentable transportar, los cortijeros nos vendían los que les sobraba a ellos de las cosechas, si tenían mucho trigo, pues nos vendían trigo y si habían tenido una buena cosecha de aceite, pues a comprar el aceite y llevarlo a donde mejor creíamos que se podía pagar, el grano se transportaba en sacos, y el aceite se llevaba en pellejos de animales cosidos y sellados a propósito, a cada bestia se le cargaban 8 arrobas llamadas “Colambres”, con lo cual quedaban bien arregladas y servidas nuestras caballerías para un par de días de camino.
En el tiempo de la guerra, los molinos del pueblo no podían moler, estaba prohibido y si pillaban a algún molinero trabajando, tanto los de la CNT o la FAIT, la Guardia Civil o alguien les denunciaba, ya que siempre había algún chivato o colaboracionista, estaban perdidos, se les caía el pelo, como se suele decir popularmente, así que el que se atrevía a hacerlo, lo hacía siempre de noche y procurando que sus hijos o familiares de confianza, montaran guardia en los caminos de entrada al pueblo para avisar si veían que venía alguien y parar enseguida el molino y retirar y esconder todo el grano y harina que hubiera en ese momento.
Había algunos molinos que si podían moler, no en el pueblo, pero si en la zona, bien porque lo tenían convenido de forma solapada con la autoridad competente o porque tenían comprado a algún jefe de zona, recuerdo que por aquellos años íbamos al molino del “Tío Eugenio”, que estaba en Baza o al de “Pedro el Buscavidas” en El Rollo y cargábamos lo que necesitábamos, casi siempre tenían lo que buscábamos sin ningún problema, pero en el camino de vuelta ya te las arreglabas tu como pudieras y si te paraba la Guardia Civil o te salían los bandoleros, era cosa tuya.
Hubo quienes se especializaron en un tipo de mercancía, Juan Polio y Rafael Navío se dedicaban exclusivamente al aceite, casi vivían de ello, se desplazaban a los pueblos de la provincia de Jaén en busca de aceite y otros se dedicaban más al grano, como mi padre Pedro Oliver y sus hermanos Juan y Baldomero, juntamente con Juan Diego, padre de Manuel Acosta que ha sido secretario del Ayuntamiento de Somontín durante muchos años, o el “tío Juaquinillo” (Joaquín García), otros como Juan Primavera y su hermano Antonio se especializaban en la compra de huevos, casi siempre se tardaba en cada viaje 2 ó 3 días de ida y 2 ó 3 días de vuelta, dependiendo de donde se consiguiese comprar la mercancía, así que cada semana se solía hacer un viaje.
Muchas veces la mercancía que se traía solo estaba en Somontín un día, ya que el lunes de la semana siguiente salía camino de Albox, a Níjar, u otros pueblos de Almería, donde sabíamos que nos lo pagarían mejor que en el pueblo, otras veces la mercancía se quedaba en el pueblo, recuerdo que en una ocasión Juan y Amador Lucía, hermanos de Isabel y Gregorio, le encargaron a mi padre una carga de harina, que logró encontrar en el pueblo de Pedro Martínez en la provincia de Granada, le pagaron 20 duros de aquella época y a mi padre le había costado 14, con lo que en una semana de trabajo, de ir y venir, dormir donde se podía, pasar penas y miedos, comer poco y mal, se había ganado 6 duros, un duro por día de trabajo, era casi una fortuna, los jornales por aquellos tiempos se pagaban muy poco y había que trabajarlos de sol a sol.
En otras ocasiones, cuando partíamos a buscar algún tipo de carga, ya teníamos quien nos la había encargado y quedábamos en un sitio determinado para hacer el trasiego, por lo que la mercancía no llegaba a Somontín; recuerdo con gran cariño a mi compañero de viajes, mili y otras andanzas: Juan Padilla, cuando fuimos a la sierra de Baza a por 4 cargas de trigo, salimos con nuestras bestias cargadas al anochecer, ya que a las 5 de la mañana teníamos a otros arrieros que nos estaban esperando en la “Balsa del Dingue” en el cruce con el camino de Lúcar, para hacer el cambio de mercancía de nuestras caballerías a las suyas, nos pagaron lo convenido y ellos salieron rambla abajo hasta llegar al Río Almanzora a su paso por Purchena, para seguir por el río hasta Cantoria y desde aquí tomar dirección al Campo de Níjar, siempre por caminos o ramblas, nunca por la carretera.
Pasábamos mucho miedo, miedo a todo, a lo desconocido, a las historias y hechos que nos contaban, a las sombras, a los ruidos y a los recodos de los caminos, no sabías que te podías encontrar, pero le echábamos valor y coraje y tirábamos para adelante, una noche yendo solo por el llano de los Cristianos sentí unos bufidos a lo lejos, yo no sabía lo que pasaba, pero pegué un salto y me subí a mi burro y comencé a correr sin saber la dirección que tenía que tomar, ya que el ruido me venía por todos lados, cuando me harté de huir y el burro no podía más, paré y me di cuenta que era el viento que soplaba a rachas y los cambios sonaban en la noche por todos lados y de forma diferente, mi corazón en ese momento iba como una moto.

En otra ocasión, iba con José “el Figurín”, era de noche, veníamos de cargar judías en Benamaurel, nos comenzó a nevar y aguantamos como pudimos hasta llegar al “Cortijo La Corrizofa”, tocamos a la puerta y tardaron un rato en abrirnos, nos encontramos a una mujer y a unos hijos con más miedo que frío teníamos nosotros, y que no se fiaban de abrirnos, puesto que el padre de la familia también estaba por los montes haciendo lo mismo que nosotros, buscarse la vida con el estraperlo, nos dejaron entrar y al quitarme la manta que llevaba por encima, la dejé en el suelo y se quedó tiesa con la misma forma que tenía cuando la llevaba puesta, al día siguiente mejoró un poco el tiempo y salimos para Somontín, los caminos estaban helados y con medio metro de nieve, para no quedarnos helados encima de las bestias, decidimos ir caminando detrás de ellas bien liados y arropados en nuestras mantas; el pobre de José “el Figurín” tuvo muy mala suerte, se lo llevaron los rojos a él y a su cuñado Juan Mesas, a los 8 meses de mili y 4 días de estar en la línea del frente lo fusilaron los rojos, porque su cuñado Juan se había pasado al bando nacional.
Una noche de luna llena, cuando iba caminando por la sierra solo, en dirección a Baza, se comenzó a poner oscura la noche, la luna iba desapareciendo poco a poco y llegó un momento en que todo quedó totalmente negro, no veía nada, yo no sabía que era una eclipse de luna ni la esperaba, me quedé paralizado del miedo que me entró en el cuerpo.
En otra ocasión comencé a sentir en una noche clara de verano un tropel de caballerías, pero no sabía de dónde me venían, cogí mis bestias y me escondí detrás de unos chaparros y esperar a ver lo que pasaba, el corazón me latía a mil por hora, la espera se me hizo interminable, hasta que vi que era un grupos de 7 mulos que estaban sueltos e iban y venían por donde se les antojaba.
Recuerdo, que un viaje que fui a por trigo solo, yo era un mozuelo en la primavera de 1939, la guerra estaba tocando a su fin, lo hice a la «Venta de Angulo» en los llanos de Baza, cuyo propietario era José “el Traillón” y como no tenía trigo, para no volver de vacío al pueblo, decidí comprarle 4 ovejas, las amarré a mi burro y me costó Dios y ayuda poder llegar con ellas al pueblo, cuando llegué a Somontín había que ver si a alguien le interesaban para vendérselas, así que encontré al “Tío Paco Ventura” que me las compró, me habían costado 2.000 pesetas y se las vendí por 3.000, hice el negocio de mi vida, pero a los 4 días el “Tío Paco Ventura” se las vendió a Amador “el Figurín”, y éste sólo las tuvo un día en su corral, se las vendió a Gervasio “el Civil”, quien se las quedó definitivamente y fue el que salió mejor parado de todos nosotros, ya que a los pocos días acabó la guerra y todo el dinero que empleábamos en aquellos tiempos y en ese especial momento, había quedado sin valor alguno, sólo servía el dinero que se había acuñado en Burgos a partir del 1 de abril, por tanto perdí el dinero y las ovejas, perdimos todos, menos Gervasio “el Civil”, que por lo menos se quedó con los animales.
A partir de aquellas fechas, en Somontín se puso la vida aun peor de lo que estaba, ya que no había nada, muy poco trabajo, el dinero no servía y había que salir adelante con lo que se tenía, o lo poco que nos daba la tierra, muchos vivieron casi a crédito, el único que tenía dinero que sirviese era Antonio Cañabate, quien extendía certificados de crédito, hacía vales por cantidades pequeñas de dinero, que se podían canjear en las tiendas por alimentos u otros materiales que se necesitasen, estos vales eran a cambio del jaboncillo que se sacaba de las minas y pozos del pueblo, Cañabate te compraba el jaboncillo y te extendía el vale con el que uno podía negociar solo en el pueblo, a veces cuando una familia tenía mucha necesidad y ni si quiera tenía jaboncillo que vender, Cañabate le hacía un vale comprándoles el jaboncillo que pudiesen sacar en un futuro.
Otra manera de buscarse la vida, era el hacer jornales de sol a sol, estos jornales se pagaban de diferentes maneras, lo más habitual era en especies, o sea cobrabas con lo que el que te contrataba tenía: aceite, trigo, habas, garbanzos, etc., en dinero, era poco frecuente o a tanto la siembra, o sea si se sembraba una fanega de grano, por la siega de la misma nos daban una fanega de grano, por recogida de la siembra de un saco de patatas, pues un saco de patatas, este sistema también era bastante común, cualquier trabajo era bueno para sobrevivir y ayudar a la familia.