Autor: Baldomero Oliver Navarro, “el Rulo”
La “Casa Curato” durante mucho tiempo, antes de la guerra y durante toda la contienda fue conocida como “La Casa del Pueblo”, pero en realidad era la sede del Partido Comunista.
Tras la guerra pasó a denominarse “Casa de Auxilio Social”, ya que en ella, cuando llegaron las primeras ayudas de víveres de Argentina: leche en polvo, maíz, alubias, azúcar moreno, etc., se utilizó para el reparto de estos víveres y para que las personas más necesitadas del pueblo pudieran acudir allí a comer un plato de comida caliente, cuando había.
Más tarde en los años sesenta, cuando los americanos con el Plan Marshall comenzaron a mandar ayuda a España, también se utilizó para almacenar y repartir entre las familias del pueblo estas ayudas: leche en polvo, aceite de soja, pastas, queso, etc.
La sede de la UGT: Partido Socialista, estaba en la Plaza el Santo, en la casa de Juan Cocón, éramos vecinos, la casa de mi padre estaba justamente al lado.
La de la CNT estaba en la Calle del Pilar que va al «Juego Pelota» en un almacén del “tío Anselmo Echevarría” que era de derechas, y se lo tenía alquilado a los anarquistas, pero que nunca cobró un duro, en lo que hoy en día es la casa de Antonio “El Chipilín”.
La «Central de Abastos» durante la guerra fue el actual ayuntamiento o casa consistorial del pueblo, antiguamente era la casa de “tío Antonio Segundo”, y más tarde de su hijo Juan, allí se almacenaba todo lo que se requisaba o expropiaba en nombre del Comité en toda la comarca, por aquellos días se extendieron cartillas de racionamiento a todas la familias, donde se apuntaba todo lo que se les entregaba, según lo que había y el número de personas que formaban la familia.
El ayuntamiento en tiempos de la II República y la guerra estaba en la Casa Sindical, en el callejón que hay entre la casa de Juan Domene y la antigua Herrería, tenía su entrada por la parte de arriba del callejón, frente a la casa de Emilio “El Hornero” más conocido por nosotros como el “Emilión”, la Herrería que estaba debajo era la cárcel del pueblo, este edificio era de la “tía Cecilia”, que mató a su marido (no conozco los motivos) y cumplió 11 años de cárcel en Madrid en la prisión de Alcalá, cuando acabó su condena regresó al pueblo y se juntó con el “tío Luis Guerrero”.
Los máximos dirigentes por aquellos días en el pueblo eran: Alcalde: Antonio Amalia, 2.º Alcalde: José Mesas «el Calzones», Juez: Juan «Ollas» Castellón Brocal, Alguacil: Juan «Cachelas», Jefe de Abatos y Reclutamiento: Ramón Bermúdez.
Recuerdo que para moverse por la zona había que tener el pertinente salvoconducto, expedido por el ayuntamiento, si no disponías de él podías tener problemas si te tropezabas sobretodo con los milicianos; un día de mediados de octubre de 1938, Ramón Bermúdez reclutó a una media docena de jóvenes, entre los que estaba mi amigo Juan Padilla y yo, y montó una expedición encabezada por él, para ir a Vélez Rubio a buscar 12 cargas de trigo a la Central de Abastos de este pueblo, ya que en Somontín escaseaba el trigo, en un principio no nos las quisieron entregar y nos tuvieron unas 3 horas dando vueltas y esperando, hasta que llegó la orden del Comité Comarcal de Abastos de Purchena.
Al llegar al pueblo se lo llevaron directamente al molino del «Figurín» para que las moliera y poder disponer de la harina inmediatamente, por este trabajo no nos dieron ni las gracias, ni a nosotros ni al molinero.
Después de la guerra hubo que entregar todas las armas que se tenían, había que esconderlas o deshacerse de ellas, casi todos entregaron las que tenían cédulas documentales, pero las otras se escondieron, ya que no había control ni se sabía su procedencia y la gente que las tenía no se fiaba de que todo hubiera acabado, se arriesgaban a que si se las encontraban les pusieran una fuerte multa.
Algunos optaron por esconderlas o dejarlas en algún sitio que más tarde pudieran ir a buscarlas. Debido a esto, durante mucho tiempo fueron apareciendo por aquí y por allí, sobre todo cuando se hacían obras en las casas y cortijos, todo tipo de armas.
Un día, habían pasado unos 2 años, Juan Padilla se encontró una pistola de 2 cañones en el zarzal del «Molino del tío Carabina», cerca de unos bancales que tenía su padre debajo del molino, estaba totalmente oxidada y prácticamente inútil, no le dio mucha importancia y comenzó a pegar gatillazos a diestro y siniestro, hasta que el percutor logró impactar en el cartucho, la pistola le reventó en la mano y le destrozó los dedos llevándose por delante una pobre cabra que conducía a los bancales para que pastara.
Inmediatamente se lo llevaron a curar al practicante que era familia suya, este pudo recomponer su maltrecha mano, lo que salvó a su familia de una intervención judicial, ya que si lo hubiera visto el médico habría tenido que dar parte y posiblemente hubieran venido las consecuencias, ya que las armas que se encontraban también había que entregarlas.