Somontín, el Balcón del Almanzora

Publicado en Revista el Vallès. Autor: Antonio Oliver Noguera

En la provincia de Almería, mediterránea y desértica, esteparia y serrana, se encuentra el «Valle del Almanzora» que en otro tiempo fuera encrucijada de caminos y civilizaciones. El valle está situado entre las sierras de los Filabres y las Estancias al noroeste de la provincia, formando un sugerente paisaje lleno de contrastes acusados, bruscos e inéditos para muchos de los visitantes.

En la parte norte de este valle, a pocos kilómetros del río, se eleva sobre sus raíces de piedra, el pueblo de Somontín entre las faldas de la sierra a una altura de 831 m sobre el nivel del mar. Sus calles, tortuosas y estrechas, empinadas y fatigosas, se remansan en torno a las plazas del Santo y del «Mercao». A través de los álamos o bajo el porche nos acercan al pretil de la iglesia para mostrarnos desde allí, la silueta de una sierra cincelada a golpe de martillo y salpicada de verdes lunares de pinos: la Sierra de los Filabres. En ese telón de fondo, podemos observar y contemplar, enganchadas como figuras de pesebre, una gran panorámica semicircular de pueblos de la comarca del Almanzora: Lúcar, Higueral, Serón, Bayarque, Bacares, Tíjola, Armuña, Sierro, Suflí, Purchena, Olula del Río, Macael, Fines y Cantoria. Fue al contemplar este paisaje que el escritor modernista Francisco Villaespesa bautizó al pueblo en uno de sus poemas con el nombre de «Balcón del Almanzora».

Es difícil calcular la fecha del origen de Somontín. Hay datos que indican que ya existía en el siglo II de la era cristiana, estando situada algo más de un kilómetro al sur del asentamiento actual entre el cortijo Oradán y Macián. En esa época el emperador Marco Aurelio autorizó a acuñar moneda en este pueblo, lo cual da idea de la importancia que en esos momentos poseía. Con la invasión de los árabes, el pueblo se sitúa, de forma definitiva, en su ubicación actual, ascendiendo su emplazamiento por la ladera de la sierra buscando un lugar más elevado para su defensa y buscando también la proximidad de los manantiales de agua. En el siglo IX aparece como fortaleza musulmana con el nombre de Hisn Somontan y fue considerado punto estratégico para la defensa sirviendo en caso de guerra de refugio a los vecinos de los pueblos cercanos. Durante la Alta Edad Media fue cabeza de partido del alto y medio Almanzora hasta que la administración nazarí, alrededor de 1.440, la cambió por Purchena. Una vez acabada la Reconquista, el 25 de junio de 1.492, los Reyes Católicos dieron a Alonso Fernández de Córdoba las villas de Fines y Somontín. Tras la sublevación y expulsión de los moriscos, Felipe II autoriza a ocupar estas tierras a gentes procedentes de otros lugares, tal como se describe en el «Libro de Apeo y Repartimiento». En el año 1594 el pueblo de Somontín recibe la visita de Miguel de Cervantes Saavedra, que en aquellos años era recaudador de impuestos. Tuvo que personarse en Somontín y otros pueblos del Almanzora puesto que había problemas con la recaudación de las alcabalas reales. Somontín era una villa de señorío que fue pasando por manos de distintos personajes a lo largo de los años hasta alcanzar su situación actual.

Su población actual gira en torno a los 500 habitantes; a principios de siglo se llegó a los 1300. Durante los últimos cien años la población de Somontín se ha visto afectada en distintos momentos por fuertes salidas de emigrantes: a principios de siglo a América, principalmente EE.UU. y Argentina; durante los años 50 y 60, con la decadencia de las minas de talco, la emigración aumentó considerablemente hacia Alemania, Cataluña y Andorra.

Su economía se fundamentó hasta los años 60 en la agricultura y la industria del talco y del esparto.

Los cultivos predominantes han sido tradicionalmente los cereales, el olivo y las hortalizas, todos ellos para el consumo familiar; últimamente se están reconvirtiendo algunos cultivos de cereales por plantaciones de almendros.

El talco llamado también «jaboncillo» ha sido durante un siglo la principal fuente de riqueza de Somontín; ya en 1848 el diccionario de Madoz cita la existencia de minas de talco, industria principal del pueblo desde entonces hasta mediados del S. XX; las minas han sido siempre propiedad del Ayuntamiento, el cual cedía mediante arrendamiento a particulares que, de forma rudimentaria realizaban las explotaciones; existían dos clases de talco: el de mayor calidad, blanco brillante era el «jaboncillo blanco» y el de color grisáceo «jaboncillo moreno; una vez extraído se bajaba a Purchena para su tratamiento industrial en recuas de burros y mulos. En el 1942 se llegó a alcanzar el 45 % del total de la producción nacional de este mineral; actualmente no existe ninguna mina en producción. Como anécdota cabe reseñar que en 1918 aparece una compañía inglesa «The Somontín Mines LTD», que se dedicaba a la adquisición del mineral y el desagüe de las minas.

También la elaboración del esparto llegó a ser para muchos vecinos de Somontín una forma de vida; éste se utilizaba para hacer capazos, espuertas, cestos, serones, aguaderas,… Ahora, su uso es escaso.

Actualmente la actividad económica en Somontín queda reducida al trabajo minoritario en la agricultura, el pequeño comercio, la construcción, jornales en actividades variadas o el desempleo; otra fuente de ingresos son las pensiones de los jubilados.

Son muchas las tradiciones y fiestas que se suceden a lo largo del año:

  • La fiesta de San Sebastián, patrón del pueblo, se celebra el 20 de Enero; acabado el novenario se da paso al tradicional «vísperón» el día 19 donde la Hermandad de San Sebastián convida a todo el pueblo a vino del país, garbanzos «torraos» y cacahuetes. El día 20 después de la misa y durante la procesión, en la plaza del santo, los mayordomos y las personas que han hecho la promesa, pasean la rosca al son de los tambores; ya entrada la noche, se pone fin al primer día de fiesta con la tradicional tirada de carretillas y la fuente del vino. Por la tarde del 20 y 21 (festividad de Santa Inés), se representan, algunos años, los «Moros y Cristianos» con el robo de la imagen del patrón y las luchas para recuperarlo y se concluye con la fiesta de los negros.
  • El domingo de Pascua, los «quintos» del año (jóvenes reclutados), acompañados de otros jóvenes y no tan jóvenes, en un ambiente totalmente festivo, trasladan desde la sierra hasta el pueblo a hombros el pino o álamo más alto y grueso que encuentran para revestirlo de «albardines», brozas, y explosivos. Se le llama «el Judas» y es quemado con gran estruendo y alboroto en presencia de todos los vecinos después de la misa de resurrección; este día las calles están engalanadas con las ramas de los árboles que se bajaron de la sierra.
  • El día de San Marcos es el día de campo, el día de comerse el «hornazo» en la rambla; (el hornazo es un pan de aceite salpicado de almendras y azúcar y con varios huevos incrustados sobre la masa y cocidos al mismo tiempo que el pan).
  • Aun se conserva la tradición de la aurora: dulce y suave melodía que toca una reducida banda de música entre las 6 y las 7 de la mañana cada 15 de agosto y 7 de octubre despertando a los somontineros e invitando a todos a levantarse para el rosario de la aurora.

Produce una cierta nostalgia recordar como algunas costumbres de antaño se van diluyendo con el paso del tiempo: los niños de ahora en Somontín ya no van a la almazara con el trozo de pan a tostarlo en el fuego del piñuelo, para comerlo después empapado del aceite de las rebosantes orzas; cada vez cuesta más ver a las amas de casa coger el caldero lleno de ropa y dirigirse al lavadero a «lavar los trapos» así como observar al final de la acequia lavar «el menudo» del cerdo; también perdió ya su voz aquel mueble mágico y diabólico del acordeón de Benigno que durante tanto tiempo se adueñó con su música de la noche, de las ramblas, de los montes de greda y lagartijas, de los ribazos, de los secanos y de la tierra noble y humilde de Somontín; tardará mucho tiempo en haber, si es que lo hay un acordeón como el de Benigno. Ya no hay trillas, ni matanzas, ni las migas por la siega, ni la olla para acostarse, pero sí se ha conservado ¡y que dure mucho tiempo!, el gusto por esos platos, antes comida única, pobre y diaria, y ahora casi manjar suculento y siempre extraordinario; ir a Somontín invita a comer unas migas acompañadas con caldo de pimentón, bacalao y pimientos fritos, ajos y cebollas, pescado y remojón, o una olla de garbanzos e hinojos, unas gachas o gachurrillas…

Fuimos muchos somontineros, posiblemente tantos como los que se quedaron allá, los que un día , empujados por mil razones, dejamos Somontín y recalamos en Cataluña. Nos hemos integrado en esta nueva tierra que nos ha acogido y la hemos hecho nuestra. Pero hemos querido al mismo tiempo, además de los contactos con el Somontín de origen, traernos algo de nuestra tierra con nosotros, mantener los recuerdos y la relación entre nosotros; prueba de ello son nuestras fiestas de Somontín en Granollers que de manera ininterrumpida hemos celebrado durante los 10 últimos años el último domingo de Enero.